Por: Roberto Quintanar
Novak Djokovic disfruta su momento en la cumbre, pero al mismo tiempo parece sufrir porque tener que lidiar con un público que casi siempre está en su contra.
Celebra el título pero parece contener esa furia con la que quiere gritar al público de Nueva York que él ha vencido a pesar de que casi nadie lo apoyaba la noche de un domingo con la que corroboró algo bien sabido: actualmente, no existe nadie mejor que él.
El US Open fue un paso más en una carrera a la que le faltan sólo un par de detalles para ser casi perfecta, dos pincelazos que podrían llegar en 2016: Roland Garros y el oro olímpico, dos coronas que no ha podido rubricar.
La numeralia no lo pone como el mejor, pero los hechos lo encaminan a por lo menos un par de años más en la cúspide. El serbio todavía tiene tiempo para estar en ese sitio al que se ha acostumbrado: la cima. Sin embargo, no puede echarse al bolsillo a un público que sigue reservando el aplauso más cálido y sentido para otros jugadores.
Tal vez sea su irrupción para romper la rivalidad Federar-Nadal. Quizá sea que sus formas, salpicadas de humor, no sean el aderezo al que están acostumbrados los aficionados al deporte blanco. Probablemente los franceses no fueron muy felices cuando despedazó a Rafa (el consentido de la hinchada y señor de las canchas de arcilla) en Roland Garros o porque ha superado a Roger en esas tierras que por años fueron exclusivamente suyas (Wimbledon y Flushing Meadows).
Lo del domingo por la noche no fue sorpresivo, pero sí más agresivo que en ocasiones anteriores. Parece que el público no perdona a Djokovic ser Djokovic con todo lo que eso implica. Es un titán malquerido al que el carisma no le alcanza para ser querido como otros tenistas históricos que a estas alturas no le hacen ni cosquillas.
El fenómeno es difícil de entender, pero a Novak esto no debería afectarle en teoría. Pero el grito fúrico que acompañó su victoria demostró que, en efecto, la actitud de la gente sí le incomoda.
Tal vez en unos años, cuando Nole haya dejado las pistas, el público deje de lado lo que sea que le haga no brindar el aplauso que se merece. Por ahora, el serbio tendrá que entender y hacer oídos sordos a situaciones como las de la final del US Open.