Por: Roberto Quintanar
Marilyn Monroe se presentó luciendo su sonrisa perfecta aquel 12 de mayo de 1957. Ataviada en un vestido azul y con tacones negros, atuendo que dejaba lucir su belleza al máximo, pisó la cancha del ya desaparecido parque de béisbol Ebbets Field, casa de los Brooklyn Dodgers, y caminó entre los aplausos para patear un colorado esférico que esperaba por ella.
La ocasión ameritaba que una estrella de su calibre se presentase en ese sitio: el noveno aniversario de la creación del Estado de Israel, que se conmemoró con un partido de futbol (sí, ese deporte que en Estados Unidos a nadie importaba por aquellos años) entre una selección de la cuasi amateur liga estadounidense y el Happoel Tel Aviv.
Acompañada de su entonces marido, el escritor Arthur Miller, Marilyn se dirigió al centro del improvisado campo de futbol. Sin dejar de mostrar su blanca dentadura y con el baño que los rayos de sol daban a su melena rubia, la actriz y cantante dio un sendo puntapié al pesado balón, que se elevó un poco sobre el terreno de juego y la dejó con un leve dolor que sin embargo no interfirió con el divertido momento que vivía.
La madrina ondeó la mano hacia a la multitud, se despidió de los capitanes (quienes le regalaron arreglos florales) y subió a un vehículo del ejército para ser retirada del campo.
La gran diva, que cautivó a un beisbolista de la talla de Joe DiMaggio, se dejó enamorar por unos segundos del deporte que los estadounidenses no han terminado de adoptar al cien por ciento aunque en casi cada rincón del planeta sea el más popular.
Figura emblemática de la cinematografía y la cultura pop más allá de las fronteras del país que la vio nacer, Marilyn Monroe merece hoy una mención honorífica, pues habría cumplido 89 años de edad. En un aniversario más de su natalicio, hoy recordamos el momento en que Norma Jeane Mortenson (su verdadero nombre) sintió la emoción que eriza la piel de cualquier niño soñador: ésa que da el patear un balón de futbol.