Por Elías Leonardo
Durante varias semanas se habló de la tensión que rodeaba al partido. Los noticieros repetían una y otra vez que se verían las caras dos naciones confrontadas políticamente por asuntos relacionados al suministro de petróleo y a su respectiva industria armamentista. Informaciones incluso manejaron la versión de un posible atentado terrorista cuando Irán y Estados Unidos saltaran a la cancha del Stade de Gerland, Lyon, en Francia ’98.
Llegado el día del duelo, iraníes y estadunidenses saltaron al campo para fundirse en un abrazo sin idioma, conviviendo juntos para la foto oficial. Los asiáticos aportaron otro detalle simbólico de paz obsequiando un ramo de flores a sus rivales. Antes del silbatazo inicial apagaron el fuego del clima político para dejar en claro que se trataba de una batalla deportiva ligada al orgullo de portar la camiseta de una selección nacional en Copa del Mundo.
Nos recordaron que el futbol, por mucho que se intente ensuciarlo, es futbol a final de cuentas. Y así lo manifestaron sobre el césped. Irán terminaría venciendo 2-1 a Estados Unidos, un marcador corto para el ganador debido a la superioridad que demostró a lo largo de 90 minutos. Y fue el primer gol iraní el mejor regalo para los devotos que adoramos el balón, más aún teniendo las emociones depositadas en un Mundial.
Estados Unidos se fue al ataque perdiendo el esférico estando en las proximidades del área iraní. Los asiáticos aprovecharon la pelota recuperada para salir con una descolgada construida con toques precisos y velocidad en sus recorridos. Javid Zarincheh apareció por la banda derecha para mandar un centro al área. El destino del balón fue la cabeza de Hamid Estili, quien apareció sin marca para impulsar su corta estatura con resortes invisibles y perforar la portería del adversario.
Estili corrió hacia su lado izquierdo para festejar la anotación. Gritó con todas sus fuerzas, agitó los brazos, sonrió y lloró al mismo tiempo. Prosiguió su marcha para depositarse en sus compañeros, para celebrar con armonía un gol edificado en conjunto. Desde la banca su entrenador e integrantes del cuerpo técnico le aplaudían con un nudo en la garganta provocado por la emoción inesperada.
La estampa de Estili derramando sentimiento, contagiando a los suyos y a aficionados de otras latitudes, nada tenía que ver con política. Fue la viva imagen de eso que el futbol posee y alguien tuvo bien en definir como una pasión inexplicable.