Por: Carlos Ahmed Jalife
Los riesgos enfrentados por Gilles Villeneuve no se limitaban a un autódromo. Incluso, podría decirse, fue un accidente que acabara siendo en las pistas donde el joven canadiense brillara y deleitara al mundo entero. Gilles Villeneuve nació con un don para controlar cualquier artefacto motorizado, pero también con un gusto casi insaciable por vivir al límite. Desde su debut en trineos motorizados en su natal Canadá hasta su muerte en Zolder durante la calificación del GP de Bélgica de 1982, Gilles vivió dentro y fuera de la competencia a un ritmo distinto al de cualquier otra persona. Era asiduo de correr en los tramos helados que hacían de camino para visitar a su esposa, de llevar su lancha lo más rápido posible hasta que se terminara la gasolina y entonces retomar a no menor velocidad con el gasolina que llevaba para dichos efectos o simplemente a pilotar su helicóptero tan rápido como se pudiera o, incluso, apagándolo para sentir esa adrenalina que pocas actividades generaban en él.
El 8 de mayo de 1982, después de la problemática sufrida con Pironi en el GP de San Marino un par de semanas antes, el canadiense salió a buscar mejorar el tiempo de su coequipero francés y en la curva de Terlamenbocht la muerte por fin pudo dar alcance a Villeneuve. Su Ferrari 126 C2 marcado con el legendario número 27 se elevó tras tocarse con la llanta trasera del March de Jochen Mass, voló por los aires y el héroe canadiense perdió la vida dejando pendiente, entre otros asuntos, su búsqueda del título mundial que se le había escapado unas campañas antes.
El talento del canadiense es innegable y objeto de culto en muchos sitios pues, además de su don para manejar, Gilles tenía un ímpetu que lo hacía ir a fondo sin importar las circunstancias y era considerado, incluso al día de hoy, como el piloto más derecho y honesto de la Fórmula Uno, un verdadero caballero. Gilles nos dejó a los 32 años de edad y no vivió para hacer a Ferrari campeona otra vez, para que los tifosi estallaran en júbilo cuando su hijo adoptivo finalmente se coronara. Tampoco vivió para ver a su hijo Jacques convertirse en el rey de la F1, aunque fuera por un año. 32 años cuando murió, mismo tiempo que ha pasado desde su partida y Gilles sigue presente como nunca, el rey sin corona que fue alcanzado por la muerte tras una frenética persecución de años.
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