Por: Ángel Armando Castellanos
Hubo una generación que creció viendo jugar a Cuauhtémoc Blanco y a Jesús Arellano y los tuvo como ejemplos a seguir. Ellos tenían la garra y la picardía -Cuauhtémoc aún tiene sus mañas- como principales características y por ello eran aclamados por la gente. Representaban a los jovencitos que habían dado el salto del barrio y que habían triunfado en lo que muchos siguen soñando con hacer, pero hoy eso ha cambiado.
Quizá el último ejemplo que el futbol mexicano tenga se llame Pablo Barrera y no tiene demasiado que ver con Blanco o con Arellano. Hijo de madre soltera, criado en la periferia de la Ciudad de México, pícaro, un tanto tímido y con olor a barrio, parece ser el último futbolista que se hizo en canchas de tierra y ha tenido relativos éxitos. Carlos Gullit Peña también parece ser un ejemplo de ello gracias a sus actitudes, aunque su pasado poco tiene que ver con las carencias.
Muchos integrantes de esta generación mandaron al demonio a las aulas en pos de un futuro exitoso con el balón en los pies y hoy esa situación está casi penada por los clubes, que ponen como condición a sus jugadores que por lo menos hayan terminado la preparatoria y tengan en sus planes el estudiar una carrera universitaria que los ayude a tener otro modus vivendi, por si sus sueños con el balón son truncados por la edad o por alguna lesión.
Hoy nuestros referentes son los Chicharito, los Guardado, los Vela, los Layún o los Dos Santos; hijos de la clase media-alta, criados con comodidades, hechos jugadores en clubes o en escuelas de futbol, alejados de las porterías hechas con ladrillos y más aún de las canchas de tierra con el refresco o la 'chela' de por medio.
Evidentemente, eso ha generado un cambio en el futbol mexicano y en la selección.La garra y la entrega como principales cualidades para lograr el éxito están “por default” en los futbolistas de su generación, “echarle ganas” no es un mérito a la hora de jugar, sino una obligación a la que es indispensable añadirle la sapiencia y sobretodo, el talento. Menos que eso significa condenarse, sin mayor remedio, al olvido.
Dicha situación se reafirma en las fuerzas básicas de los clubes. Los visores ya no van a los torneos de barrio, sino a las competencias con límite de edad organizadas por la Federación Mexicana de Futbol y/o por los propios clubes y ahí encuentran el talento que buscan.
Como consecuencia, las seleciones menores mexicanas sólo llaman a quien esté jugando en la Sub 15, Sub 17, Sub 20 o Primera División, mientras la Segunda y Tercera División guardan los sueños de quienes no fueron vistos por los clubes más importantes y ruegan porque no se les pase la edad para triunfar.
El desparpajo absoluto, tan apreciado por los aficionados de antaño, ha sido sustituido por el orden táctico y la necesidad de cubrir una posición específica en la cancha. Paradójicamente, la autonomía económica del futbolista lo volvió esclavo del pizarrón y los movimientos que el entrenador indica, regalando la recompensa del desorden a quienes poseen el talento para convertirlo en goles y asistencias.
Hoy la Selección Mexicana no juega al “sí se puede” sino al “sí se debe y se va a poder”. El toque fino, las facciones finas, la seriedad, la clase y la educación al momento de plantarse en una cancha son requisitos casi indispensables, porque además de futbolistas son productos que es necesario vender más allá de que lleguen o no los triunfos deportivos. Irónicamente, el líder de esta nueva generación representa a la anterior, a la del barrio, la tierra y la clase media-baja.
Por fortuna para ellos, ese líder, de nombre Miguel Herrera, ha sabido entenderlos y moldearse para encajar y pretenderlos llevar al éxito, adaptando su propio estilo al que hoy ellos manifiestan y presumen ante los fotógrafos, las cámaras de televisión y las redes, que a cada instante los juzgan y los ven como un modelo a seguir.
Quizá el cambio de estilo más marcado -y a la postre más perjudicial- se dio con José Manuel de la Torre, quien se olvidó de la garra y el sudor, para dar paso a la velocidad y al toque, aunque esa combinación por poco le cuesta a México el no calificar al pasado Mundial y para evitarlo, el golpe de timón fue un aparente regreso a los valores que se consolidaron bajo el mando de Miguel Mejía Barón, Manuel Lapuente y Javier Aguirre, aceptando el Piojo la responsabilidad de mezclar ambos, evolucionando paulatinamente para dejar atrás el barrio y consolidar al fraccionamiento como el sitio que genera talento.