Por: Pablo Salas
Talentoso como pocos, pícaro de inigualables capacidades, zurdo virtuoso poseedor de una técnica depurada que maravilló a propios y extraños. Ramón Ramírez cumple el arquetipo del futbolista mexicano, o por lo menos así era en la época en la que jugaba: disciplinado táctico, bajo de estatura, corredor incansable, con una condición física digna de un fondista de élite, de “pies educados” que seducía cualquier balón en instantes e impecable pericia individual.
“El Nayarita”, como era apodado Ramón por su estado de origen, comenzó a regalarnos destellos desde su debut el 28 de septiembre de 1990 con el Santos Laguna; nos dejó ver un joven habilidoso e inteligente dentro de la cancha, capaz de correr a gran velocidad conduciendo el esférico pegado a los pies, con precisión en el golpeo de media distancia y con una visión de campo fina que le permitía, en la mayoría de las ocasiones, decidir la mejor opción.
Muy pronto sus capacidades como mediocampista, así como sus grandes actuaciones con el equipo de La Comarca Lagunera, lo llevarían a formar parte de la Selección Mexicana. Fue César Luis Menotti quién por primera vez lo incluyó en una convocatoria pensando en contar con un elemento fresco y confiable para las Olimpiadas de Barcelona 92’. Fue precisamente aquel resplandor vivaz el que a la postre marcaría un destino poco agradable en la recién comenzada carrera de la promesa juvenil.
Le tocó jugar en un período un tanto distinto al actual, donde el entorno permitía ciertas “marrullerías” o artimañas dignas de la vergüenza y el olvido; su pecado fue brillar en un fútbol lleno de envidias, en el que se tenía que pagar piso a un precio muy caro, aunado a sufrir intimidaciones de todo tipo, sobre todo si eras un “exquisito” de este deporte.
Así pues, fue víctima de una de las entradas más arteras y sucias que el balompié mexicano haya presenciado. Ramón Ramírez estaba haciendo un excelente partido contra América; todo parecía normal aquel domingo, el muchacho demostraba personalidad mezclada con genialidades futbolísticas. El mítico Estadio Corona estaba hirviendo, la pasión se desbordaba desde la tribuna hasta la cancha contagiando al timonel de la escuadra americanista; en aquel momento se decidió enviar a la cancha a un desconocido debutante azulcrema, cuyo nombre no vale la pena mencionar, quien sin titubear, sin ni siquiera haber tocado el esférico, se abalanzó directamente a la rodilla de Ramírez olvidándose por completo del balón. La imagen escalofriante recorría los noticieros deportivos por la noche, la repetición permitía ver el momento exacto en el que la pierna se partía en dos, dejando tirada sobre el césped a la nueva figura del fútbol juvenil mexicano… Esto pondría fin a los sueños olímpicos del recién seleccionado nacional, pero sin duda ponía en jaque la continuidad en el profesionalismo del “Nayarita”.
A pesar de aquella cruda lesión, Ramón Ramírez fue capaz de resurgir y seguir brillando en México, a tal grado que fue contratado por las Chivas del Club Deportivo Guadalajara, convirtiéndose en un referente importantísimo del “rebaño sagrado” de los 90’, siendo parte primordial en el esquema táctico con el que se consiguió el campeonato del Verano de 1997.
Continuó figurando en los llamados del equipo tricolor, siendo obligatorio recordar aquellas grandes hazañas realizadas por todo el carril izquierdo en la Copa América de Ecuador 93’, un aceptable Mundial en Estados Unidos 94’, aquella agónica participación de Francia 98’, un glorioso título de Confederaciones en 1999, entre otros buenos momentos con Selección. Anotó 15 goles con la camiseta verde y participó en 121 partidos con el Tri.
Ramón perteneció a grandes escuadras en el fútbol mexicano. Después de triunfar en Chivas, fue traspasado de manera muy polémica al acérrimo rival: América, donde no pudo ofrecer su mejor fútbol, por lo que fue traspasado a las filas de Los Tigres de la UANL para regresar al equipo rojiblanco en 2002. Fue cedido a la filial en Estados Unidos, Chivas USA, donde el 26 de mayo de 2007 puso fin su brillante carrera deportiva.
Aún seguimos recordando esos desbordes de ensueño por la banda. Añoramos su calidad; es sin duda uno de los jugadores más simbólicos para el Guadalajara. Aportó a la Selección Mexicana grandes actuaciones, siendo punta de lanza de esa generación encargada de cambiar la famosa mentalidad “ratonera”, llevando a México a participaciones memorables. Fue capaz de reponerse a una lesión extremadamente dura, demostró carácter, fuerza y disciplina, postrándose en el colectivo mexicano como uno de los grandes ídolos de la época.