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Por Nardo Záizar


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Se pone la piel chinita cuando recibes halagos de quien menos lo esperas, sobre todo si provienen de una persona a la que incluso admiras. Así como alguien que se dedica a lo mismo que tú habla bien de tu trabajo, lo mismo ocurre en el futbol. Basta ver a Ronaldinho y Juan Román Riquelme. 

Llegaron a coincidir en el Barcelona. Riquelme ya era un monstruo y Dinho estaba en camino a construir su leyenda. No pudieron romperla juntos en el club culé. El destino no quiso que fuera así. Pero ese acercamiento, por mínimo que fuera, dejó marcado al brasileño. 

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Para Ronaldinho es emocionante hablar del argentino. Considera a Juan Román uno de los mejores futbolistas que ha visto. Cada vez que le preguntan sobre él, Dinho se entusiasma.  ¡Y cómo no! Mucho aprendió de él observándolo y enfrentándolo. Ya fuera en partidos Barcelona-Villarreal, Brasil-Argentina o Boca Juniors-Milán, lo contemplaba.

Fueron genios a su manera, con sus respectivos talentos. Un detalle que les diferenció fue el gesto del rostro. Ronaldinho sonreía al conducir o tocar el balón. Riquelme, sufría. Fueron polos opuestos para manifestar su pasión por jugar. 

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Dinho se quedó con las ganas de jugar a nivel profesional con Gigio, al que califica como un fuera de serie hasta la fecha.  Pero el argentino siempre tuvo una atención con Ronaldinho sin que nos diéramos cuenta que era su forma de rendirle admiración.

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Cada vez que el Torero veía a Ronaldinho, sonreía. Desde que lo recibió en Barcelona hasta que se retiró, Riquelme fue feliz viendo jugar a Dinho.

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