Por: Raúl Garrido | @RauGarr
Lejos queda aquella tarde de agosto del '66 en la que José se calzaba las botas, se vestía de corto y saltaba a la cancha por primera vez para debutar con Argentinos Juniors en Primera División, contra San Lorenzo. Tenía apenas 16 años y ya daba el equilibrio al equipo. Era medio de contención. Doce años después, se dispuso a manejar un taxi para llevar ingresos al hogar. Manejaba un Renault 12 en Buenos Aires. Lo hacía por Vanessa, su hija, quien había nacido tres años antes cuando jugaba en el Independiente de Medellín, en Colombia.
Una rotura de ligamentos en la rodilla lo obligó a retirarse del futbol. Sólo tenía 28 años. Esa lesión que se ha vuelto tan común entre los futbolistas, no lo era hace 37 años, cuando significaba el retiro. Pékerman, que se había visto obligado a cambiar el futbol por un taxi, decidió que su jornada laboral como chofer sería de ocho horas. Tito, su hermano mayor, le había prestado el modesto vehículo para transportarse, ese mismo coche que José pintaría de negro y amarillo para dar el servicio en Buenos Aires.
Su padre, repartidor de gas durante toda la vida, fue quien le inculcó el valor del trabajo. Matilde, su esposa, trabajaba como docente en la escuela primaria “Pablo Podestá”, en donde percibía un sueldo que destinaba a apoyar los gastos del hogar. Más tarde llegaría Ivana, la segunda hija de la familia Pékerman.
El ánimo de José nunca decayó. Siempre supo que debía trabajar más para sacar el hogar adelante. El duelo con el futbol aún permanecía fresco, aunque sabía que sería diferente, no desde dentro, sino desde fuera, a un lado de la cal que separa la dirección técnica del rectángulo de juego. Salía muy temprano desde la periferia oeste hasta el centro de Buenos Aires para comenzar la jornada. Al medio día, estacionaba su taxi para almorzar lo que Matilde le había preparado. No era el típico taxista que paraba en los bares para charlar de mujeres y futbol, sino que prefería ver a los niños jugando una cascarita en la calle. El futbol era (es) su vida, y su vida era (es) el futbol.
“Fueron cuatro años en el taxi; yo venía con el dolor muy fresco de un retiro prematuro. Los sueños pasaban en esos tiempos por mi familia y por superar los momentos difíciles. Imaginaba que podía retornar al futbol, pero necesitaba un poco de tiempo para elaborar el duelo”, comentó José en alguna entrevista hace tiempo. Si bien el taxi fue un accidente, José nunca se quejó por desempeñar dicho trabajo; por el contrario, siempre vio la forma de llevar el gasto al hogar de una u otra forma, siempre trabajando honradamente.
Convencido del valor del dinero, ahorraba una parte de sus ingresos por si en algún momento le ocurría una desgracia. No le gustaba pedir prestado. Con el tiempo, José comenzó la carrera de entrenador y con ella su regreso al futbol. Quería estudiar Educación Física y Kinesiología. Y lo hizo. Lo hizo convencido de que era el inicio de una carrera larga.
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Nunca se imaginó que 26 años después de celebrar el triunfo de Argentina sobre Holanda en el Mundial de 1978, comandada por Alberto Kempes y dirigida por César Luis Menotti, al que siempre estudió por su refinado gusto futbolístico, ocuparía el banquillo de la Selección que un día le perteneció al Flaco, como le decían a Menotti.
Antes de tomar las riendas de la mayor, dirigió las inferiores de Argentina, ganando tres mundiales Sub-20, llevando poco a poco a Lionel Messi, debutándolo en Alemania '06 y haciendo jugar bien al combinado nacional. Estuvo cerca de alcanzar las semifinales, pero un gol, casi al final del juego, y dos penales atajados por parte de Lehmann, le cortaron el sueño. Eliminado del Mundial, renunció al cargo. No estaba a gusto con las excentricidades de Grondona, el todopoderoso mandamás que todavía dirigía el futbol argentino. Se fue, pero dejó un gran sabor de boca.
Pablo Ansón, preparador físico hoy en día y quien fuera parte del cuerpo técnico de Ricardo Trigli, y excompañero de Pékerman en Argentinos Juniors, alguna vez reveló que Trigli le decía a José: “Tienes que dejar el taxi”, a lo que Pékerman respondía con cierto recelo. “El taxi da para el gasto; el futbol es medio traicionero y a veces se cobra tarde”.
El Renault 12 de José, siempre estuvo impecable. Nunca cruzó insultos con otros automovilistas, o con los peatones que cruzaban las calles, algo raro en un ruletero. Tampoco reclamó nada como futbolista ni como entrenador, raro si nuestro ejemplo es Miguel Herrera. Así es José, educado, paciente; elegante, como su futbol. Así es José Néstor Pékerman, el taxista.
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