Por: Roberto Quintanar
Más que las palabras provocadoras y el estilo parecido al de un esgrimista para punzar cual abeja a sus oponentes; más que el bailoteo y la arrogancia; más que ser considerado el mejor boxeador en la historia de los pesos completos.
Definir a Muhammad Ali con adjetivos simples sería un sacrilegio. Y es que su mito es bastante justificable. El hombre que nació como Cassius Marcellus Clay se convirtió en la figura deportiva que encarnó la resistencia afroamericana más radical a favor de los derechos civiles y la oposición a los prejuicios religiosos que prevalecían (y todavía prevalecen) en los Estados Unidos.
Todo comenzó con un combate mítico contra el brutal Sonny Liston en el que Clay pasó de ser un joven provocador a una figura de talla mundial. Fue la victoria tras la que se convirtió en Muhammad Ali, el rostro deportivo de la Nación del Islam, inspirado por el mismísimo Malcom X (con quien rompería poco después a causa de Elijah Muhammad, líder del movimiento islamista afroamericano).
En los años subsecuentes, ya como una estrella del boxeo, Ali realizó viajes por África mostrándose como un hombre que rechazaba el colonialismo de las grandes potencias en ese continente, donde hasta la fecha es visto como un emblema de emancipación.
Pero fue su oposición a la Guerra de Vietnam y a enrolarse en el ejército estadounidense lo que consolidó la leyenda. “No tengo nada en contra del Viet Cong. Nadie del Viet Cong me ha llamado nigger“, decía con la misma firmeza con la que provocaba a sus oponentes antes y durante los combates.
El costo de esta postura fue muy alto. Ali fue despojado de sus títulos y de su licencia para boxear. Esta suspensión duró tres años, los que tal vez hubiesen sido los mejores de su carrera. El pugilista perdió la oportunidad de mostrarse a plenitud, pero ganó en el área más importante al ser la voz de toda una comunidad conformada lo mismo por afroamericanos que por estudiantes y académicos opositores a la intervención en Vietnam.
Lo que pasó tras su regreso a los cuadriláteros en 1971 queda para los registros deportivos y nada más. El verdadero Ali, aquel que trascendió más allá de los encordados, se erigió justo cuando no tenía los guantes puestos a causa de aquella injusta suspensión.
El legado boxístico de Ali siempre estará conectado a ese fenómeno sociocultural en que se convirtió por sus acciones de protesta y resistencia civil. Es lo que siempre le diferenciará del resto y por lo que la historia le colocará en el peldaño más alto.