Por: Emilio Rabasa
Se dice que un jugador alcanza la plenitud y madurez futbolística a una edad promedio de 30 años. El cuerpo está adaptado, aguanta grandes cargas de juego, además de que el estado anímico y psicológico se encuentra a tope por la experiencia y el recorrido que se tiene.
Sin embargo, como en todo existen historias peculiares y particulares. Un niño de Chester decidió romper con lo establecido: Michael Owen, quien nació el 14 de diciembre de 1979, en esa ciudad pequeña ubicada al noroeste de Inglaterra, justo en la frontera con el país de Gales. La tranquila y bella locación fue testigo de uno de los mejores jugadores que el mundo haya visto.
Apodado el “Wonder Kid” (Chico Maravilla), Michael debutó con solamente 17 años. Una carrera que sin duda prometía. Diversos periodistas lo llamaron el “Pelé inglés”, un calificativo muy peligroso si se trata de comparar con, probablemente, el mejor jugador de todos los tiempos.
Michael Owen anotó un gol de antología frente a Argentina que lo catapultó a las portadas de todos los diarios en el mundo. Un debut en selección inglesa con solo 18 años generaría un ascenso meteórico en su carrera. Con el equipo de sus amores, el Liverpool, marcó 158 goles en 297 partidos. Este chico era cosa seria.
Lionel Messi ganó su primer Balón de Oro a los 22 años; Owen lo hizo a los 21. Messi anotó su primer gol en un Mundial a los 19; el inglés, a los 18. El mundo era testigo de un jugador bestial, que con una estatura reducida pero una velocidad endiablada ponía locos a sus rivales.
Mas romper todos los récords no asegura la inmortalidad y ésta fue la historia de Michael Owen, quien se quedó simplemente como un chico. Nunca despegó y como varios compañeros de profesión se quedó simplemente en una promesa.
Las lesiones fueron su peor enemigo; cada vez que se recuperaba, recaía y se alejaba de las canchas por meses.
Tras su paso de ensueño por el Liverpool, los merengues del Real Madrid pusieron el ojo en el maravilloso chico inglés, quien no podía dejar pasar la oportunidad de unirse al club mas ganador de la historia y a jugadores de la talla de Ronaldo, Beckham y Roberto Carlos; era una ilusión mas allá de los sueños. Llegaba a un club en el cual podía ganar todo y por la historia que se tenía, sus goles serían garantía de éxito.
Las lesiones mermaron a Michael a tal grado que fue perdiendo la titularidad y todo quedó en un frustrante traspaso al Newcastle United. Este cambio significaba un cambio radical para el “Golden Boy”, que había fracasado en su aventura española. Lo que siguió es conocido: un ir y venir de cambios en el fútbol inglés.
Manchester United y Stoke City, fueron testigos del comienzo de la decadencia de un niño que prometía pero que se quedó en eso, una promesa.
Mientras jugadores contemporáneos de Owen de la talla de Totti, Giggs, Zanetti, Maldini jugaron e incluso juegan (en el caso de Totti) hasta los casi cuarenta años, Owen terminó su carrera a los 33 años. Las lesiones terminaron por liquidar a la promesa que decidió hacerse a un lado y colgar las botas para nunca regresar.
Michael Owen quedó en las portadas de los diarios como un jugador que emulaba a Pelé por sus definiciones, a Maradona por su velocidad endemoniada y a otros grandes; sin embargo, ahora la comparación resulta banal y estéril, pues quedó muy lejos de aquellos dioses del futbol.
Hoy, el nacido en Chester triunfa como criador de caballos. Aquel jugador habilidoso que ponía a temblar a las defensas, se dedica después de su temprano retiro a la competencia equina, creando su propio campo y arrasando en carreras. Pese a su frustrante salida del fútbol, encontró acomodo junto a los corceles, un lugar del que al parecer nunca debió irse.