Por: José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
Al morir deja un cadáver tan grande, que los forenses van a despertar a la Juventus para saber si cubre semejante daño. Desde entonces la Señora envejece. Había muerto el hombre de la casa dejando a media ciudad viuda. No hay accidente más romántico que el del Torino del 49: un equipo caído del cielo. Volaba invencible por Europa y una tarde cerrada, a muerte súbita, se estrella contra la Basílica de Superga; añadiendo piedad a la historia. No hubo explicación del avionazo. Fue la Voluntad de Dios sobre un cuadro angelical: 5 Scudettos consecutivos y el sexto su sepelio, llorado en todo el mundo. Era el equipo del futuro pero terminó viviendo por sus muertos. Murieron invictos y los enterraron campeones.
El destino siempre fue jodido con el Torino. Dieciocho años después, el Club empieza a recuperar el sentido y contrata a Luigi Meroni, homónimo del piloto de aquel avión. Curiosidad macabra. Meroni es un fenómeno que llega del Génova con 23 años. Viste como los Beatles y tiene facha de poeta. Futbolista de los que rompen corazones. Un día se presenta en la iglesia de Santa Rita, interrumpe la boda de una chica (Cristina) y la hace su novia. Se pasea por Turín con una gallina atada a una correa y juega de extremo. Es un loco estupendo que revive con su plástica al Torino en Europa. Gigi como le llamaba la ciudad entera, era un milagro dentro y fuera del campo que despierta alegría en la afición, viuda desde 1949.
Han vuelto las grandes tardes a Turín. Como la del 15 de octubre de 1967. Después de vencer 4-2 a la Sampdoria en Liga, Meroni y Pauletti regresan del Olímpico y piden permiso para ir a tomar un helado. A Nereo Rocco, técnico campeón de Europa con Milán, no le convence la idea. El Torino regresa esa semana a Europa y hay que mantener el orden. Ante la insistencia de Gigi, Rocco concede media hora en la cafetería de enfrente. Sólo un helado Gigi, sólo uno; les advierte Rocco despidiendo en la puerta del hotel a los chicos. Al cruzar la calle Corso Re Humberto, sede de la Juve, un Fiat arrolla a Merino. Agoniza en la calle y muere esa noche en un hospital.
El conductor de 18 años se llama Attilio Romero, fanático del Torino. Venía del estadio y por accidente mata a su ídolo. Attilio vestía, actuaba y se identificaba con él. Está destrozado pero es liberado en comisaría. El pueblo de Turín lo exonera y acude a los funerales superando la conmoción. Con los años, Romero se vuelve presidente del Club hasta 2008. El hombre que aniquiló por accidente el futuro del equipo, se convierte en uno de los mejores dirigentes en la historia del Torino. Cuando se retira, levanta en la ciudad un monumento a Luigi Meroni. Escribir o leer sobre equipos y deportistas a los que nunca vimos, no es afición, es fe. A veces pienso que hay un cielo para deportistas.