Por: Raúl Garrido | @RauGarr
En una villa nació. Humilde, con carencias de todo tipo, pero sonriendo a la vida cada vez que pateaba una pelota y marcaba un gol. Ese es el Diego. El Diego de la gente. “Mi primer sueño es jugar en el Mundial. Y el segundo es salir campeón”, decía el joven Maradona en una entrevista en blanco y negro.
Aprendí a leer a los seis años. Todos los días, llegando de la escuela le preguntaba a don Raúl, mi abuelo, si ya había leído el ESTO, para poder echarle una ojeada. Compartíamos casa y en muchas ocasiones también el asiento para ver el futbol, ya desde entonces don Raúl hacía corajes con sus Chivas. También veíamos a la Selección Mexicana, cuando Zague se cansaba de meter goles, y también me ponía a ver al Real Madrid, aunque Hugo ya no jugaba de blanco.
Llegó la Copa América del '93 en Ecuador y la vi completa, incluso los partidos de noche que seguí en la taquería de mi abuelo bajo pretexto de ayudar. Ahí vino la primera decepción con el TRI, pero también conocí a la Argentina, mi primer acercamiento al Diego, que no disputó ese torneo; Batistuta, Goycochea, me marcaron. Ese mismo año mi papá me llevó al Azteca por primera, y única, vez para un amistoso de México contra Alemania, lo vi a Klinsmann, pese a que entramos al final del partido. ¿Qué tiene que ver Argentina con el estadio Azteca y Maradona? Todo.
Previo al Mundial del '94 en Estados Unidos, mis papás me compraron un par de libros grandes y gráficos, sobre la Copa del Mundo de México en 1986. Mi ritual era el mismo: llegar de la escuela, leer el ESTO, hacer la tarea, comer y leer los libros nuevos. Los leí, los releí, miré las fotos, me aprendí los marcadores, las sedes, los jugadores y me enamoré del Diego. Amor a primera vista. Todo sobre el Diego, las patadas que le dieron los italianos y coreanos en la fase de grupos, la mano de Dios y el gol del siglo. Absolutamente todo.
Luego vino la paliza de Colombia a la Argentina en el Monumental y con ello el regreso de Diego Armando a la Selección. Claro que esperaba lo mejor de la Selección Mexicana, era el primer Mundial que veía y quería que lo ganara todo; pero también quería ver al Diego y si no era el TRI campeón me hubiera gustado que lo fuera la albiceleste. Ni una ni otra. Los golazos de Luis García me ilusionaron, sobre todo tras el gris comienzo ante Noruega. También seguía a Maradona.
Recuerdo que iba entrando a la casa de don Raúl cuando prendí la tv y ya estaba jugando Argentina con Grecia, fue allí cuando el pacto se concretó. Balazo del Diego a la red, un verdadero golazo al ángulo, y luego el corrió hacía mí gritando el gol como si fuera el último, lo fue. Lo vi. Dos partidos en Estados Unidos, suficiente. Después vino lo que ya todos sabemos y con ello Argentina perdió toda chance de ser campeón, a la primera se regresó a casa.
Desde entonces el Diego me ha acompañado siempre. Para mí, no hay discusión sobre el mejor jugador de la historia. Ya lo que el Diego diga o haga fuera de la cancha es otra cosa, pero dentro de ella siempre será el mejor. Ya son 55 años de que D10s bajó a la tierra para deleitarnos con esa zurda mágica, el balón pegado al pie, sus gambetas, su golpeo de balón y su buen futbol.