No se fue marcando gol ni teniendo su actuación más memorable, pero las postales que Cuauhtémoc Blanco regaló al pueblo azulcrema esta tarde quedarán para siempre en las páginas más gloriosas de la historia americanista.
Tenía muchos meses sin entrenarse en serio, mismos que pasó lejos de la máxima competencia. Pero lo que es innato jamás se pierde. Y Cuauhtémoc tiene magia de sobra; por ese motivo, todavía le alcanzó para obsequiar a la afición que le tiene como un ídolo esos destellos que nunca perderá.
Dribles efectivos, un toque magistral que terminó en el travesaño por un capricho del destino y su toque personal, la cuauhtemiña, esa jugada que inmortalizó en el inolvidable Mundial de Francia 1998. Así dijo adiós el eterno 10 azulcrema, que hoy vistió el número 100, justo en el año que el cuadro de Coapa cumple su primer siglo de existencia.
No importó que no se diera el gol o no se haya jugado un partido por el título. Los aplausos y vítores de su público valen más que cualquier medalla. Esta será la tarde que el de Tepito nunca olvidará, la que le debía la institución y la que él mismo debía al americanismo.
La vuelta olímpica al medio tiempo cerró por fin el ciclo para el ídolo, quien no pudo evitar un poco de llanto en el momento más emotivo. Su deseo de decir adiós con la camiseta amarilla se hizo realidad en el momento menos esperado, cuando sus esfuerzos y mente están enfocados en Cuernavaca, la ciudad de la que es presidente municipal y en la que enfrenta otro tipo de retos.
Todo terminó para Cuauhtémoc. No tiene deudas con el futbol y éste, por fin, ya no tiene deudas con él. Era, sin dudas, el momento que se debía al último héroe del barrio, quien, como siempre, dio destellos de lo enorme que fue y sigue siendo dentro del rectángulo verde.