En temporada de Mundial Femenil es un buen momento para reflexionar. ¿Por qué las mujeres americanas son una potencia mientras los hombres son la única selección que no brilla como en el resto de los deportes que participa? ¿Qué cambia si ambos equipos juegan 11 contra once alrededor de un balón?
Hay varios factores, pero al que personalmente le atribuyo que la dinastía Hamm diera la patada inicial hacia el éxito estadounidense es el mismo que hace a los grandes jugadores de fútbol americano o basquetbol, el deporte colegial.
Antes de la primera Copa Mundial en 1991 no existían ligas femeniles que buscaran profesionalizar a sus jugadoras, así que al momento de buscar a sus seleccionadas, las federaciones tuvieron que ir a buscar en todos lados 23 representantes para sus equipos. Para países como Nigeria, Nueva Zelanda o Taiwán podría ser un problema, pero Estados Unidos siempre tuvo una “cantera natural” que les permitió encontrar a las 23 mejores jugadoras de su territorio, las universidades.
Mia Hamm, la primera gran estrella de la categoría, ya llevaba 2 campeonatos universitarios cuando se vistió por primera vez con la playera de Estados Unidos. Y así como ella, el resto de sus compañeras ya llevaban una carrera semi-profesional cuando eso en otras partes del planeta era impensable. Aquí comenzó una historia de éxito, que además enamoró a los americanos que hoy viajaron a Francia a ver a su selección ir a buscar su cuarta Copa del Mundo.
¿Y los hombres? ¿Por qué ellos se pelean nada más el ganarle a México un lugar a Copa Oro si también tienen deporte universitario? Porque el fútbol masculino es extraño, casi brujería para ellos. El camino a la élite, o sólo a un equipo profesional de medio pelo, inicia mucho antes que cuando alguien piensa en una universidad o incluso la preparatoria (o high school americana). El hombre que quiere ser futbolista profesional tiene que entrenar desde los 10-11 años todos los días y comenzar un camino pedregoso en el que la mayoría de las veces debe dejar los estudios para alcanzarlo. Todo lo contrario a los jugadores de fútbol americano que juegan para pensar en tener una educación privilegiada y excesivamente cara.
Imaginen que un futbolista que siguiera el camino de un basquetbolista profesional. El tendría que ser el mejor jugador de las ligas de preparatoria para ganar una beca a una universidad de prestigio. Ahí estudiaría mientras conquista trofeos y reconocimientos individuales alrededor de las ligas colegiales hasta que se gradúa. En ese momento el tendría 22-23 años sus compañeros de otros deportes entran a un draft para buscar la profesionalización mientras ellos para el mundo del fútbol ya están grandes y sin la experiencia que jugadores de 19 años como Kylian Mbappé ya tienen en su haber.
Hay que sumar muchos factores como el nivel de la MLS o la importancia en la cultura de su país para poder realmente dar con el porque este modelo no funciona en los hombres americanos, pero sin duda es una diferencia con su cultura del deporte que no sólo no los ayuda a crecer, sino que los frena al momento de buscar mejorar.
Ahora con las ligas femeniles, tal vez este modelo que ha dado tanto éxitos a las mujeres de Estados Unidos tal vez no sea suficiente para competir con selecciones como Francia o España que empiezan a fortalecer sus ligas con ayuda de la infraestructura de los clubes varoniles como el Olympique de Lyon o el FC Barcelona, pero hoy tienen esa ventaja que en el fútbol varonil ha permitido a Brasil, Alemania, Italia o Argentina siempre estar en la élite mundial: las niñas americanas hoy sueñan con ser la nueva Alex Morgan o Carli Lloyd mientras los hombres prefieren ser el nuevo Tom Brady o Lebron James.