Por Roberto Quintanar
La capital española vibraba aquel sábado 5 de julio. El ambiente tenso era notorio en toda la ciudad, puesto de manifiesto tanto por jugadores como por los aficionados.
No era para menos. Tras una dura competición, Real Madrid y Atlético de Madrid, los dos equipos de la metrópoli, disputarían la Copa del Generalísimo 1974-1975. Para los blancos, era la oportunidad de conquistar el doblete. La liga era suya; únicamente el escollo rojiblanco se oponía entre ellos y un trofeo más para lucirlo en las vitrinas de Chamartín.
Cuando el sol todavía no caía, un ya viejo y cansado Francisco Franco se ubicó en los palcos del Vicente Calderón, sede de la final (el Atlético jugaría en casa… ventaja psicológica para los rojiblancos). Al sentarse, la expresión del dictador parecía anticipar una muy larga jornada nocturna.
Tras los honores para el hombre que hoy ya juzga la historia española, ambos equipos se ubicaron en sus respectivos lados de la cancha.
Por el cuadro merengue alinearon Miguel Ángel, Touriño, Pirri, Camacho, Uría, Del Bosque, Vitoria, Rubiñán, Amancio, Martínez y Santillana. Todos ellos eran dirigidos por Miljan Miljanic, estratega yugoslavo que había llegado esa temporada al cuadro blanco tras lograr el éxito con el Estrella Roja de su país.
Luis Aragonés, entrenador de los rojiblancos, mandó al campo a Reina, Marcelino, Bejarano, Benegas, “Panadero” Díaz, Adelardo, Alberto, Irureta, Leal, Gárate y Becerra.
El saque inicial correspondió al cuadro colchonero, que se lanzó a la puerta del rival buscando hacer daño desde los primeros segundos. Pero esa noche era de Miguel Ángel, el guardameta merengue, quien tuvo el momento más inspirado de su carrera. Pies y brazos del portero frustraron una y otra vez los intentos de Gárate, Leal, Becerra e Irureta.
Al otro lado del campo, Reina hacía lo propio. Los nervios incrementaban conforme se acercaba el final del partido. La catarsis para la afición colchonera pareció llegar con un tanto de Benegas, pero fue invalidad por fuera de juego de Irureta.
El 0-0 llevó el partido a la prórroga. En ese periodo fue que se dio el momento más dramático y polémico del duelo, donde el protagonista fue nada menos que Miguel Ángel. Un remate de Becerra pareció vencer al meta madridista, que en un movimiento espectacular se lanzó para sacar el esférico sobre la línea de gol… o un poco más allá de ella.
Los aficionados y jugadores del Atlético reclamaron el gol al colegiado Pedro María Urrestarazu, quien no concedió el tanto. La minoría merengue aplaudió a su portero… pero era apenas la primera de las hazañas que esa noche le comenzarían a convertir en leyenda.
La definición desde los once pasos inició bien para el Real Madrid gracias a su guardameta, que detuvo el primer disparo de la tanda a Irureta. La confianza se apoderó de los blancos, que tomaron la ventaja con el cobro de Amancio.
Gárate igualó para el Atlético, pero Pirri adelantó nuevamente a su equipo. Salcedo falló por los rojiblancos y Vicente del Bosque erró también por los merengues.
A la postre, Alberto, Rubiñán y Becerra acertaron sus disparos, dejando el desenlace duelo en los pies de Francisco Aguilar, quien había entrado en lugar de Roberto Martínez en la delantera del Madrid. El jugador blanco venció a Reina… ¡Real Madrid ganaba su decimotercera Copa de España!
Aunque el trofeo fue entregado a Amancio, el verdadero héroe de esa noche fue Miguel Ángel González Suárez, el portero que a partir de aquel partido se convirtió en leyenda.