Por: Roberto Quintanar
“Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”. Esa frase resume el tipo de periodista que fue Julio Scherer, un hombre que rompió la barrera del oficialismo imperante para convertirse en el periodista mexicano más trascendente del siglo XX.
El joven Scherer tuvo formación filosófica en la UNAM, pero pronto encontró su verdadera pasión en el periodismo, cuando entró en la entonces cooperativa que editaba el diario Excélsior. Era 1949 y tenía 18 años; desde las primeras notas, las más sencillas, hasta las investigaciones más agudas, don Julio creció con el periódico y dejó en claro a sus compañeros que era uno de los más capaces: instintivo, talentoso y certero, se ganó su admiración y respeto.
No fue extraño, entonces, que en 1968, ese año tan convulso para México, Scherer llegase a la dirección de la cooperativa. Excélsior se convirtió en el punto de referencia del periodismo nacional bajo su mando. Las plumas más finas y críticas se encontraban en las planas del diario: Miguel Ángel Granados Chapa, Vicente Leñero, Agustín Ortiz Pinchetti y un largo etcétera.
Sin embargo, la incomodidad de las autoridades mexicanas ante la postura crítica bien documentada de Excélsior se fue haciendo más evidente bien entrados los setenta. Fue entonces que Regino Díaz Redondo, un hombre al que Granados Chapa describió alguna vez como un “mal bicho corrupto”, dio un golpe al equipo de Scherer agitando a varios cooperativistas en contra de la mesa directiva del diario para realizar una “asamblea” para elegir al nuevo director, que terminó siendo el mismo Regino.
La salida de don Julio, cuyo pecado fue confiar en un tipo que al final terminaría dando un tiro de gracia al diario que él había convertido en el mejor del país para transformarlo en otro medio al servicio del PRI (después de todo, el golpe se había orquestado desde las oficinas de Luis Echeverría), desembocó sin embargo en la aparición de la revista política más importante en México: Proceso, el semanario que Scherer inició en 1976 con varios colaboradores que habían renunciado a Excélsior poco antes de que se consumara el cambio.
La vida del fundador de Proceso está resumida en su trabajo según él mismo. Nunca permitió que se indagara más allá, por lo que siempre guardó un aura de misterio. María Scherer Ibarra, su hija, describió a su padre en Letras Libres: “De mi padre poco se sabe. Del periodista acaso algo más: los trazos que ha delineado en sus libros más intimistas. No ha sido suficiente para algunos estudiantes y varios periodistas que me han utilizado como intermediario para tratar de obtener una entrevista con él. Pronto dejé de pasarle esos mensajes. Su respuesta era fácil de anticipar: siempre era la misma. Mi padre ha insistido, y con razón, que por él habla su trabajo: sus entrevistas, sus reportajes. Se ha negado a cooperar cada vez que algún colega obstinado ha pretendido biografiarlo”.
Pero es ella quien hace una breve radiografía del hombre. “Siempre cumplía sus promesas”, escribió. “Nunca olvidaré el 23 de marzo de 1994 […], el día que asesinaron a Colosio”. Scherer únicamente fue a merendar con su hija a pesar de la carga informativa; se lo había prometido. Aunque claro, luego de cumplir esa promesa, volvió a la redacción del semanario. “Vine porque quedamos para merendar. Vengo tarde, no me esperes”, le dijo.
Sus obras más personales están impresas en un papel diferente al de una revista: “Los Presidentes”, “Cárceles”, “La reina del Pacífico” y “Calderón de cuerpo entero” destacan entre toda la tinta derramada en forma de arte periodístico.
Por supuesto, su vida como profesional no estuvo exenta de polémicas, como sus entrevistas al Subcomandante Marcos y, más que nada, al narcotraficante Ismael “Mayo” Zambada, misma que le generó lo mismo críticas que loas. Entre sus detractores se encontró Héctor Aguilar Camín, quien vociferó en los medios su indignación por el texto aparecido en Proceso.
Don Julio había ido “a los infiernos” y obtenido un valioso trabajo que describía como nunca la vida, pensamiento y actuar de un capo de las drogas; el mismo Zambada fue quien realizó la petición del encuentro en un sitio que el periodista desconocía y del que nunca supo. “Un día de febrero recibí en Proceso un mensaje que ofrecía datos claros acerca de su veracidad. Anunciaba que Ismael Zambada deseaba conversar conmigo”, inicia en la edición 1744, aparecida el 4 de abril de 2010. “Una mañana de sol absoluto, mi acompañante y yo abordamos un taxi del que no tuve ni la menor idea del sitio al que nos conduciría. Tras un recorrido breve, subimos a un segundo automóvil, luego a un tercero y finalmente a un cuarto. Caminamos en seguida un rato largo hasta detenernos ante una fachada color claro. Una señora nos abrió la puerta y no tuve manera de mirarla. Tan pronto corrió el cerrojo, desapareció”.
Una pregunta sin contestar es si Scherer tenía alguna afición deportiva, lo cual es poco probable. Cuando inició, Proceso no tenía una sección especializada en ese tema. Sin embargo, conforme la revista adquirió madurez, los deportes hicieron su aparición muy a su estilo: una perspectiva crítica y política; en sus páginas, las investigaciones que destapaban partes oscuras de la CONADE, el Comité Olímpico Mexicano y la Federación Mexicana de Futbol fueron una constante mientras él estuvo al mando.
La última visita de Scherer a la que fue su casa por más de 30 años ocurrió a finales del año pasado para despedirse del recién fallecido Vicente Leñero a través de una sentida columna. “Nuestro tiempo ha llegado”, le habría dicho Leñero poco antes de morir. Esta madrugada, don Julio acompañó a su amigo Vicente en ese viaje. Hasta siempre, maestro.