Fueron por muchos años el poder detrás del poder. No había cosa que pudiera suceder sin su visto bueno, y su autoridad era tan basta que incluso podían oler la dirección en que soplaba el viento. Tras varios años en la sombra, el tiempo que preservaron el movimiento del lodo les confirió la capacidad de dirigirlo hacia el lugar donde mejor convergían sus intereses. Después de limpiar tuberías ajenas, de profesar lealtad a ciegas, su tiempo llegó y ocuparon el trono.
Dos presidencias similares, grandes edificaciones de piedra sostenidas en los últimos siglos, una abarca al país más poderoso del orbe, la otra controla el espectáculo más visto en la tierra. Dos gestiones que se sustentan en el truco de utilizar el recuerdo de los valores establecidos en la creación para ocultar su insustancialidad y su absoluta carencia de distinción intelectual, y en lo personal su ruina moral.
Su enfermiza arrogancia desenmascara el gozo que sienten de sacarle ventaja al sistema y lo mucho que disfrutan infringir la ley. Y mientras uno guarda en su billetera el asesinato de un congresista y una reportera, el otro colecciona muertes indirectas por permitir que el sistema kalafa construya la sede del mundial más corrupto de la historia en Catar.
Hay muchos seguidores que se identifican con ellos, tal vez porque hemos aprendido de su ascenso que la frontera entre lo correcto y lo incorrecto, lo moral y lo inmoral, es con frecuencia muy tenue; ergo, el fin justifica los medios. Francis Underwood y Joseph Blatter forman parte de los nuevos antihéroes, se mimetizan en medio de los lugares turbios, entre el movimiento de los celos que generan, las sombras del autoengaño constante y la confusión moral.
Y mientras los demás los señalan, ellos se presentan de la mano de Claire y Linda como si las amaran más que los tiburones a la sangre, cuando el mayor afecto que sienten es por ellos mismos. Su tiempo para anclar parece no llegar, durante las siguientes elecciones seguirán apilando votos y personas. Las formas no importan, de todas las cosas que tienen en alta estima, las reglas no son una de ellas.
Frank y Sepp serían muy buenos amigos de convivir en el mismo universo, o tal vez serían los peores enemigos en busca del poder. Dos personas para los que la política es el mejor juego inventado por el hombre, dos presidentes para los que la democracia es un término sobrevalorado. Porque tal como lo ha señalado Frank: “el camino hacia el poder está lleno de hipocresía, y de bajas”.