Por Llanely Rangel
Lewis Hamilton ha vuelto aburrida la Fórmula 1. Pero que no se mal interprete. No aburre su andar al volante del monoplaza, aburre porque al final siempre es él destapando la champagne. Si se corona en Singapur -como también ya se espera-, Hamilton tendrá 41 victorias en 161 carreras, exactamente igual que la leyenda Ayrton Senna.
“La gente siempre me pregunta si quiero hacer lo que hizo Michael Schumacher. No, sólo estoy centrado en hacer lo que Ayrton hizo. Así ha sido siempre. Ayrton era mi piloto favorito y como niño siempre quise emularle”, apuntó hace unos meses para el Wall Street Journal.
El británico no sólo admiraba al brasileño; lo convirtió en el catalizador de su motor. Ahora, en cada circuito supera a otras escuderías con al menos 27 segundos, en promedio. Una eternidad para sus rivales.
En Mercedes sus compañeros aseguran que a diferencia de Senna, Lewis no deja nada a la suerte. Cuando le extienden una orden por medio de la radio, se le tiene que explicar la razón o no lo acata. Es un hombre de instintos pero precavido. Eso le ha dado una ventaja en el Gran Premio. “Otros toman decisiones a la ligera”, reconoció Rosberg, a pesar de la rivalidad que existe entre ellos.
De diferencias con su ídolo eso es todo… similitudes tienen incontables. El británico es igual de empecinado; no piensa más que en la pole, en la conquista de un carrera tras otra. Siente que su vida transcurre tan rápido como conduce y no quiere perder tiempo para sumar victorias.
“Cada año simplemente me centro en ser más fuerte, en ir más deprisa y en reforzar la cuestión mental”. Pero el esfuerzo también es físico. Hace un año se puso a dieta y bajó siete kilos. Su nuevo auto tenía un motor más potente pero era menos ligero. Sus palabras: “Los negros tenemos más densidad de fibra en los músculos que los blancos, y eso hace que pesemos más. Si tengo que bajar de peso para que seamos los mejores, así va a ser”.
Hamilton se considera su propio enemigo; lo mismo que ocurría con Senna. Del brasileño cuentan que chocó la siguiente carrera después de coronarse en el Gran Premio de Mónaco 1988, y estaba tan enojado que no volvió a boxes; caminó directamente hacia su departamento en el Principado y cuando reapareció le dijo a sus compañeros “no me hablen, no lo merezco”. Siguió entrenando en silencio hasta el siguiente día.
“Nunca olvido de dónde he salido y estoy muy agradecido de ser lo que soy. Crecí en el apartamento de mi madre, un sitio minúsculo, y dormí mucho tiempo en el sofá que había en el de mi padre. Conduje los peores karts de la historia y cuando llegábamos a los circuitos, éramos la única familia negra. No éramos muy bienvenidos. Tuvimos muchos problemas pero seguimos ganando a pesar de competir contra gente que tenía todo el dinero que quería. Todo aquello me hizo más fuerte y ahora estoy aquí y soy campeón del mundo”, dijo Hamilton para El País en mayo.
Con el paso que lleva podría conquistar su tercer título de la Fórmula 1 en México, aún con tiempo de sobra en el calendario. Ayrton Senna también consiguió un Gran Premio en nuestro país durante el año de 1989.
Lewis Hamilton nos aburre. Nos harta su forma andar en la pista, como si fuera un escenario fácil y controlable. Nos fastidian sus ganas de buscar el límite, de hacer de las ruedas parte de su ser. Pero sobre todo, nos cansa verlo ganar y ganar.