Por Roberto Guerra
Como todas aquellas historias mágicas que a uno le cuentan de pequeño, la de Josep Guardiola es una muy digna de contar, porque lo que este hombre hizo no es algo que se encuentra muy a menudo, él buscó la perfección y con seguridad se puede decir que la alcanzó.
Guardiola asumió a un Barcelona que ya tenía una idea con su antecesor Frank Rijkaard, pero él fue más allá para darle pureza. Las dudas a su llegada no faltaron, se hablaba si tenía la capacidad o la experiencia de regresar al club blaugrana al Olimpo futbolístico, nadie imaginaba lo que estaríamos a punto de observar.
Conforme el catalán pasaba tiempo en el banquillo, uno podía darse cuenta de la idea que quería plasmar en el campo. Pep hizo que la lógica luciera hermosa, la pelota tenía que ser el centro de su juego, el alma y espíritu de su equipo giraba en torno de algo que al parecer ya no era tan importante en el mundo del fútbol: el balón.
Lo bautizaron el “tiki-taka”, como si ese espectáculo imponente pudiera tener nombre, tal vez se bautizó para que la gente pudiera entenderlo de mejor forma. La posesión del balón era el sello del Barcelona de Guardiola, pero no era sólo tener la pelota y ya, era tenerla con sentido y con intención, eso hizo que el Barcelona desafiara inclusive la precisión de los más finos relojes suizos.
Sin embargo, este equipo tenía un rival que no podía haber visto venir y al cual no pudo vencer, el tiempo. Es cierto que la perfección tiene vigencia y este equipo la sintió, el mismo Guardiola fue el que más desgaste presentó y eso provocó que al final optara por hacerse un lado, por no manchar lo hecho y dejar el recuerdo.
En lo personal, no me queda más que agradecerte Pep, tu sueño se plasmó y sólo el tiempo te pudo vencer. En una época donde el fútbol se ha deformado, tú le volviste a dar sentido, todo tenía que girar en torno al balón y así fue, por eso te doy las gracias y quedo a la expectativa de tu próxima obra de arte.