El pan pocas veces llegaba a la mesa en el almuerzo de la familia Hernández. Su madre (la de Xavi), inocentemente, le pedía todos los días que fuera a comprar el sagrado alimento (de los españoles). El problema era que a un lado de la panadería había una plaza donde el balón siempre rodaba antes de la comida. Xavi no lo dudaba, la barra de pan podía esperar, pero no el futbol.
Xavi se va. Lo anunció esta tarde hora de España, poco antes de las siete de la mañana para nosotros, demasiado temprano para acomodar los sentimientos, de lo contrario las lágrimas hubieran incrementado el nivel del agua del río que desciende por los Dinamos. Con Xavi nació el Tiki Taka, un estilo que cautivaba hasta al más riguroso de los artistas y que consistía en tener el control del balón, dar la mayor cantidad de pases en el menor tiempo posible para que el oponente se cansara, entregarle el balón a Xavi para que, por arriba o por abajo, de tacón o haciendo un molino, girando a la izquierda con la mirada empotrada en el sector derecho o recurriendo a una pared más con Iniesta, resolviera el crucigrama a su tiempo y forma con el único objetivo de que la pelotita terminara dentro de la portería contraria.
Xavi nunca se perdía, era lo más parecido a una brújula, algunos hoy en día dirían que a un GPS. Lo soltabas en el campo en sus buenos tiempos y el partido corría al ritmo de su cronómetro. Tenía la capacidad de hacer que los segundos se hicieran minutos y los minutos eternos para el oponente. Era de aquella escuela que coincidía en que el hombre debía correr lo menos posible y el balón a toda prisa, así, los rivales no sólo se cansarían, sino que entrarían en una especie de manicomio, desesperados e impotentes, y entonces se abriría el horizonte, como en el mar, y se resolvería el enigma con el gol.
Cuando Xavi comenzaba a destacar, el marketing deportivo no era lo que es ahora, por eso nunca fue una estrella de parabús, un Cristiano Ronaldo de revista en ropa interior, un Messi protagonista de YouTube, o un Neymar de aparador. Tampoco lo fue porque nunca quiso serlo. Se escondía detrás de la enorme espalda de Puyol para no llamar la atención. Luego, también, sus entrenadores se convirtieron como en un de trending topic. Todos hablaban de Rijkaard, y después de Guardiola. Y cuando no hablaban del holandés que fumaba porros o del perfeccionista catalán, entonces hablaban de Messi, que venía empujando con mucha fuerza. Por suerte, diría él, siempre había una luz brillando a su lado que lo convertía en sombra.
Ahora lo entiendo. Es difícil escribir de Xavi. Es difícil escribir algo que no se haya escrito, pero también es difícil escribir sobre Xavi porque nadie podría describirlo mejor que las imágenes. Las palabras sobran cuando a cuadro aparece el pequeño catalán con el pelo engominado como si nunca se hubiera despeinado, y en el campo se mueve el ocho que lleva a la espalda dejando polvo cósmico como los cometas. Las palabras sobran cuando uno lo ve en directo y se da cuenta que no es futbolista, sino una extraña especie con la capacidad de mover a veintiún futbolistas a su antojo. Las palabras sobran cuando uno se da cuenta que sin Xavi difícilmente Luis Aragonés hubiera pensado en hacer una España que al final le dio una Eurocopa y un Mundial. Sin Xavi como motor, imposible. Y Guardiola no hubiera perfeccionado el ya bautizado Tiki Taka que marcaría la primera década del siglo XXI. Y Vicente del Bosque no hubiera recolectado la cosecha que había sembrado el Sabio de Hortaleza. Sin Xavi nos hubiéramos perdido de tantas cosas…
Pero la nostalgia se apacigua -aunque vuelve en forma de ráfagas- cuando pienso en el futuro cercano. Si Guardiola, no siendo tan buen jugador como Xavi, logró construir la época dorada del Barcelona con un futbol descomunal, en gran medida porque siempre fue entrenador, Xavi, que es como Guardiola pero en fenómeno, puede diseñar la época diamante. Tiempo al tiempo, que es hora de despedir a Xavi.
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