Por: Roberto Quintanar
La tarde del 6 de julio de 1988 era muy tensa en la Ciudad de México. La Comisión Federal Electoral, órgano que dependía directamente de la Secretaría de Gobernación, hervía con la alta temperatura de las discusiones entre los representantes del gobierno y los de la oposición, encabezada por el Frente Democrático Nacional (FDN), cuando los resultados de las elecciones federales de aquel año comenzaron a conocerse.
El cómputo de las actas tenía un hedor fraudulento que había puesto los pelos de punta a los miembros del gabinete de Miguel de la Madrid Hurtado, entonces presidente de México. Cuauhtémoc Cárdenas, candidato de las izquierdas agrupadas por el FDN, aventajaba a Carlos Salinas de Gortari, el aspirante oficialista.
“¿Vamos a perder?”, preguntó De la Madrid a su secretario de Gobernación, Manuel Bartlett. Éste, con una dosis de descaro, respondió: “No, no tanto”.
Una supuesta falla en el sistema de cómputo, nunca comprobada, retrasó el segundo reporte. Cuando horas después se “recuperó” el funcionamiento normal de las computadoras, la ventaja para Salinas de Gortari era sospechosamente vasta.
El arrebato democrático de ese día coincidió con una época en la que las hegemonías comenzaban a ser cuestionadas. La televisión y el deporte eran también protagonistas de este laberinto que parecía no tener salida. En el plano balompédico, el dominio absoluto del América acarreaba sospechas y acusaciones de arreglos y ayudas arbitrales; fuesen justificados o producto del mito urbano popular, estos señalamientos continúan hasta nuestros días como herencia de esos tiempos en los que la ecuación compuesta por Televisa y el PRI era un hecho innegable.
La televisora que vociferó a través de sus periodistas y locutores la limpieza del triunfo salinista, llamando a Cárdenas “traidor a la patria” por no reconocer los resultados oficiales de la Comisión Federal Electoral, tenía también posiciones clave en la Federación Mexicana de Futbol, pero ese año convulso sus cimientos habían sido tocados por el vergonzoso caso de Los Cachirules, que había costado el puesto a Rafael del Castillo, priísta que regía los destinos del balompié nacional.
Ese convulso 1988 terminó, sin embargo, sin graves consecuencias para el status quo de la política y el deporte mexicano.
Salinas de Gortari tomó posesión pese a las protestas de la oposición; aunque hubo voces que sugirieron a Cuauhtémoc Cárdenas la vía armada para terminar con el régimen, el Ingeniero siempre rechazó esa salida, algo que desencantó a muchos de sus seguidores.
Por otra parte, la Femexfut, que por esos años quedó en manos de Emilio Maurer y Francisco Ibarra, vivió un momento de efímera revolución. La Selección Mexicana le fue arrebatada a Televisa; el mando del 'Tri' le fue entregado al argentino César Luis Menotti y el dominio americanista se esfumó para dar pie a una nueva era bien aprovechada por Puebla, Pumas y León, equipos que entre 1990 y 1992 levantaron el título de liga. Pero pronto la televisora de Chaputlepec 18 contraatacó y terminó refundiendo en la cárcel a aquellos que se atrevieron a tal osadía, retomando los hilos del futbol mexicano.
Con la consolidación del poder salinista y el retorno de Televisa a la Femexfut, la ecuación pareció volver a su lugar, como pudo verse durante la Copa Oro de 1994: Salinas en un palco del Estadio Azteca, tomado una y otra vez por la televisión al tiempo que la Selección despedazaba a Estados Unidos para levantar el título del área. En ese momento, el rechazo al entonces presidente se había reducido… pero esto no era una casualidad. El uso del deporte como una forma de propaganda política fue sólo un paso natural en el idilio entre Salinas de Gortari y los medios masivos.
Los noticiarios de televisión y radio replicaban los logros del hoy controvertido programa social “Solidaridad”, emblema de la era salinista. Televisa incluso usó a sus actores y cantantes principales para grabar el himno oficial de esa cruzada gubernamental.
Además, ya fuese en una pelea de Julio César Chávez o haciendo una llamada al entrenador nacional o al atleta Carlos Mercenario (único medallista mexicano en Barcelona 1992), Salinas acaparaba los reflectores que la televisión ponía sobre él en cualquier arena. Más que un gobernante, el trato recibido por él era casi de un soberano.
La crisis de diciembre de 1994 sepultó la imagen de aquel hombre que hoy en día sigue representando un arrebato a la democracia, pero su legado fue la prevalencia de un sistema que se resquebrajaba aquel 6 de julio de 1988, un sistema que se extendía al ámbito deportivo que tan bien empleó para pulir una imagen cuestionada de raíz por la forma en que se dieron aquellas elecciones.
Ni el futbol mexicano ni el sistema político cambiaron de raíz pese a todo lo ocurrido a finales de los ochenta. Los aires democráticos fueron momentos fugaces que se diluyeron para no volver por mucho tiempo.