Por: Llanely Rangel Medina
La noche del 26 de septiembre, el equipo llanero de 'Los Pirotécnicos de El Fortín', perdió a uno de sus futbolistas. Se llamaba Adán Abraján de la Cruz, tenía 24 años y aparecía en uno de los 43 retratos de los normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, Guerrero.
Un amigo cercano llora al recordar -para un reportero- que conoció a Adán jugando al futbol. Entre sollozos, asegura que era uno de sus pasatiempos favoritos, sin olvidarse que sentía la misma afición por el balompié que por cantar corridos del sinaloense Gerardo Ortiz.
De aquel terreno montañoso de Tixtla, donde Adán pasaba de estudiante a futbolista, ya no queda nada, ni siquiera las líneas de cal de aquella cancha. Guerrero no ha sido, ni será, el mismo después de la tragedia de los normalistas desaparecidos.
La ‘masacre de Ayotzi’ despertó a un país anestesiado por la violencia cotidiana; y el futbol no fue la excepción, por el contrario, también está de luto. Sí, aquel deporte marginado como “nuevo opio del pueblo”, hoy ha dado muestras de estar en pie de lucha, de compartir la indignación impregnada en cada rincón del país.
“Resiste Ayotzinapa”, se leía en la primera manta que apareció el pasado mes de octubre en Querétaro como indicio de que la pelota también siente. Fue desplegada en las gradas del Estadio Corregidora sin importar siquiera si Ronaldinho se encontraba haciendo magia dentro de la cancha.
Días después, protagonistas del deporte nacional e internacional se unían a la causa. Desde España, Javier Hernández tuiteaba palabras de aliento y opacaba con miles de retweets las malas intenciones de aquellos que usaban las redes sociales para acusar a los desaparecidos de “radicales y revoltosos”. Nadie tiene derecho a desaparecer 43 personas, que, traducido al futbol, sería como desaparecer casi cuatro equipos titulares.
El sábado pasado, después de que gobernación hiciera público el posible asesinato y calcinamiento de los normalistas, se dieron tres muestras más de apoyo en la escena del deporte: mantas en el estadio Nou Camp, minutos de silencio en Ciudad Universitaria, hasta las porras de los equipos ahí presentes dejaron de lado su rivalidad para unirse en un solo grito: “Ayotzinapa, Ayotzinapa”.
Ese mismo día, Bernabé Abraján, padre de Adán, el normalista desaparecido, pasaba de campesino a orador. No tuvo tiempo de elegir. En un abrir y cerrar de ojos cambió la cosecha por el micrófono para explicar la frustración de un padre que no ha podido encontrar a su hijo. Ruega para que su testimonio contagie el sentimiento de exigir justicia. Cuando habla, no deja de mirar a los presentes, asegura que Adán le hace falta a Delfina de la Cruz Felipe, su madre; a su hija de dos años y a otro pequeño de siete.
Adán se convirtió en padre a corta edad. Tuvo la suerte de ser futbolista de los ‘Pirotécnicos de El Fortín’, pero no tuvo la oportunidad de convertirse en algo más, antes ocurrió la tragedia, esa que despertó a México, esa que escandalizó al mundo, y esa que ha demostrado que en el futbol también hay lucha social.