Por: Ángel Armando Castellanos
El futbol es una metáfora de la vida. El balón es redondo, como el mundo. Es un lugar común. Pero las lecciones no lo son tanto. Al menos no las aprendemos con la frecuencia que deberíamos.
Javier Hernández demostró -una vez más- que más allá de goles, clasificaciones y ovaciones, el deporte en el que se le aclama tiene mucho que enseñar sobre la vida.
Nunca te rindas
No importa cuántos goles falles -hoy fueron 3. Cuántas críticas recibas. Cuántos penales te dejen de marcar. La jugada más importante es la que sigue. Da igual si es el minuto 10 o el 88'. Aquel que jamás se rinde y se es fiel a sí mismo, siempre tendrá su recompensa.
No importa cómo lo hagas, una meta cumplida, es una meta cumplida
A Javier se le critican sus goles. Es raro que marque uno de bella manufactura. ¿Una chilena? Jamás. Las metas cuantificables no necesariamente deben tener algo que ver con la estética. El resultado es frío. La alegría por lograrlo, no tanto.
Cuando no hay éxito, lo mejor es callar y trabajar en silencio hasta que llegue
Chicharito vivió condenado a la banca. Ancelotti se cansó de mostrarle su desprecio. Rara vez abrió la boca para reclamarlo. En cambio, agachó la cabeza y se prometió a sí mismo cambiar la situación. Después de mucho sufrimiento, llegó la alegría.
La fe en uno ayuda, la fe en algo superior, aún más
Creer en uno mismo siempre será importante. Confianza, le llaman. Pero hay algo un poco más importante. Mantener la humildad y reconocer que hay algo más que lo que “se puede ver”. Más allá de un ritual, una cábala o lo que sea, Javier siempre se ha dejado ver como un hombre de fe.
En el piso o en la lona hay que ser una pieza
A Javier se le ha criticado hasta el cansancio. Su entrenador y sus rivales muchas veces lo hicieron menos. En lugar de responder de la misma forma siempre se mostró de una pieza. Nunca una mala cara o un comentario con mala leche. El resultado está a la vista.