Por: Marco Malvido
La televisión nos vendió el partido como una revancha. Y así fue.
Hubo revancha en el Ámsterdam Arena, pero no la de México contra Holanda, esa afrenta solo se podrá cobrar en otra instancia definitiva de un Mundial, sino la de Carlos Vela consigo mismo.
A nadie le debía el delantero una actuación de ese tamaño, como a si mismo. Ausente desde hace tres años del Tri y sin haber anotado con la verde desde hace cuatro.
Sus motivos tuvo para negarse en su momento, así como para haber aceptado integrarse ahora. Circula una versión entre gente del medio futbolístico que habla de amenazas por parte de Carlos Salcido. Amenazas personales en su contra, tras el incidente de la fiesta en Monterrey.
Muy pocos saben la verdad y quizá menos aún, sean los que se animen a contarla.
Lo que sí se pudo palpar públicamente, fue el compromiso mostrado por Vela con el equipo y por supuesto, consigo mismo.
Carlos sabía que enfrente había muchas bocas por callar y eligió hacerlo con la parte interna de su bota izquierda en lugar de hablar ante un micrófono.
Un hueco entre la defensa. Una caricia a la red. El grito de gol ahogado. Los abrazos de Guardado. ¿Qué pensaste en ese momento Carlos, que pasó por tu cabeza cuando gritabas?
Vela fluyó en el campo, tuvo libertad para moverse por todo el frente de ataque y su calidad terminó por delatarlo como un delantero Clase A que la selección mexicana necesita.
Tenían razón los de la tele. Era un asunto de revancha.