Por: José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
Contra Honduras y Panamá, México vuelve a jugar partidos de su zona, aquellos que más daño le hacen y que tanto engañan. Brasil 2014 dejó a CONCACAF en un sitio artificial. Nadie debió apropiarse del éxito tico. Ni sus rivales, ni el comité ejecutivo, ni los medios. No hay otra forma de explicar la hazaña costarricense en Brasil 2014, que con otro esfuerzo en solitario. Costa Rica abandonó el Mundial dejando un ambiente entre festivo y nostálgico. Había jugado con personalidad pero se quedó a unos metros de la semifinal. Aquella noche contra Holanda en Salvador, el Mundial perdió un amigo. El juego tico cautivó por su elegancia y enamoró por su sencillez, pero sobre todo funcionó como un vocero del tercer mundo. Costa Rica fue bandera de los territorios americanos, caribeños, asiáticos y africanos. Los ciudadanos marginados en octavos, eran rescatados por un país de CONCACAF. La zona que durante tres años y once meses es dominada por el caos, estaba viviendo los días más brillantes de su historia. Brasil, Italia, Inglaterra, Uruguay y Portugal, cinco familias de alta sociedad, habían sido incapaces de vencer a México, Costa Rica y Estados Unidos; tres selecciones de los barrios bajos. Ticos, mexicanos y estadounidenses despacharon 12 Copas del Mundo.
El corto plazo parecía positivo. Pero merecía un largo análisis que descifrara los misterios de nuestro ecosistema contaminado entre mundiales, lúgubre por los despachos y engañoso en el campo. Brasil 2014 en manos del frenesí que producen las redes sociales, no reparó en los procesos, parecía no tener memoria. Vivió al día poseído por el estallido emocional de unas primeras rondas dramáticas, sorpresivas. El silogismo del aficionado era lógico: si México, Costa Rica y Estados Unidos dominaron a selecciones favoritas, luego entonces, estaban entre las mejores del mundo. Falso. El Mundial retrata momentos en el tiempo, maravillosos, pero no representa un lugar en la historia si esos momentos no son constantes. Tenaces durante épocas. Si algo causaron las victorias de México, Costa Rica y Estados Unidos, fue penitencia. Arrepentimiento. Porque tanto talento alrededor de este cinturón de miseria futbolístico inscrito como CONCACAF, ha sido desaprovechado por generaciones. Hoy CONCACAF, sigue siendo un grupo de iniciales alineadas por FIFA.
Norte, Centroamérica y el Caribe, es uno de los grandes patios traseros del fútbol. El callejón donde trafica con los votos de cuarenta y cuatro asociaciones que van desde Anguila, una isla en las Antillas Menores, hasta el paraíso fiscal de las Islas Caimán, de donde surge su actual presidente: Jeffery Webb. Aquí es donde Blatter asegura cada cuatro años mantenerse en el poder. Una zona donde pululan los promotores, el arreglo de partidos, el tráfico de juveniles, los pactos, la multipropiedad y la compra venta de votos. En CONCACAF se permite todo, FIFA lo sabe y le importa poco. Un status quo conveniente. El verdadero crecimiento de este futbol llegará cuando su clase directiva entienda, que la riqueza no está en los favores que les debe Blatter a cambio de su reelección, sino en su independencia.