Lo del futbol, lo de la Selección mexicana es cultural, como casi todo lo demás. Somos un país de mimos y nos acomoda -hay que decirlo-. No sabemos lo que son las guerras, por lo tanto, no sabemos cerrar filas, no sabemos de estrategia, ni de unión ni de competir para sobrevivir. No creo que sea falta de entrenamiento o de concentración y tampoco creo que sea corear a miles de voces el Cielito Lindo para demostrar que “somos locales otra vez”. Los esfuerzos mal encaminados se quedan en eso, esfuerzos. Y no es culpa de los dos diablos… ni de Osorio, Vela, De María ni Cantú, ni de no haber nacido brasileños para tomar las calles y pasar las tardes pateando un balón. Historia, destino.
Estuve unos días en Rusia. Encontré ciudades majestuosas, pulcritud, servicios, respeto y modernidad; no encontré sonrisas ni el servicio al cliente casi señorial al que estamos acostumbrados -como en casi todos los países que saben lo que es una guerra. Pero este país envidiable, funcional, con servicios públicos, que aprueba a sus gobernantes, tiene algo en común con Bélgica, Croacia, Francia e Inglaterra: no son países que se consientan, ni consienten. No dicen lo mucho que son chingones porque al hacerlo se dice solo. Hacen lo que tienen que hacer sin miramientos. Sin por favorcitos ni miles de gracias. Con disciplina, mentalidad, orden y realidad histórica. Saben lo que significa defender su patria, literalmente. El análisis iría de eso, de lo profundo y no de lo que todos vemos. Porque no es el futbol.