Por Roberto Quintanar
Es un discurso iterativo. La traición de Pumas a su filosofía, a la reputación de equipo juvenil, ofensivo y espectacular ha sido uno de los temas más comentados entre aficionados y especialistas en los medios.
Pareciera que el descubrimiento del hilo negro les llegó con una década de atraso. Pumas comenzó esta traición desde que los intereses comerciales se impusieron a los deportivos, algo entendible para subsistir en el contexto del balompié actual, pero no justificable, especialmente cuando es posible la coexistencia del ámbito mercantil y la continuación de una tradición por la que el equipo capitalino era reconocido hasta no hace mucho.
En un ejercicio de honestidad, el juego de Universidad no es equivalente a espectáculo desde hace varios ayeres, salvo un pequeño lapso de memoria que llegó durante la estancia de Guillermo Vázquez Herrera como encargado del primer equipo. Antes de él, Ricardo Ferretti ya había dado muestras de que, en primer lugar, no le interesaba practicar un fútbol vistoso, una de las piedras angulares de la idiosincrasia auriazul.
“Si quieren espectáculo, vayan a un palenque y vean cantar a Juan Gabriel”. Bajo esa premisa, Pumas pasó cuatro años. Si bien es cierto que las necesidades del club en un momento de premura justificaron en un comienzo esta nueva forma de juego, con el paso de los torneos se fue haciendo cada vez más evidente la clase de entrenador que es el ‘Tuca’: no gusta de trabajar con los jóvenes (aunque Mario Trejo y Víctor Mahbub lo obligaron a hacerlo en algún punto por cuestiones presupuestales).
El ingeniero Guillermo Aguilar Álvarez Jr. solía decir que para ganar había que meter más goles que el equipo contrario. Si hacemos un recuento de los entrenadores auriazules desde la segunda etapa del ‘Tuca’ hasta la actualidad, salvo Memo, ninguno encaja con esta idea.
Sin ser un entrenador que suela echar toda la carne al asador, Vázquez dio frescura al apostar por varios jóvenes y un juego menos amarrado que el de su antecesor. Este oasis bastó para ganar un título en el torneo Clausura 2011.
Joaquín del Olmo, Mario Carrillo, Antonio Torres Servín y José Luis Trejo se distinguieron por practicar un futbol que ofendía… pero a la historia de Pumas, al recuerdo de Aguilar Álvarez y a la reputación que por décadas construyó el equipo representante de la Máxima Casa de estudios. Conservadores y defensivos, ninguno fue capaz de enamorar a la tribuna y todos terminaron bajo una lluvia de objetos y líquidos de dudosa procedencia.
Poco a poco, el felino de colmillos agudos e instinto de presa se convirtió en un puma viejo, calculador, lento y lastimado por otras especies.
José Luis Trejo, los nueve no nacidos en México y la falta de oportunidades (o talento, según el cristal desde el que se mire) para los muchachos canteranos son sólo la consecuencia de lo que Universidad ha cosechado durante la última década.
Los principales culpables no son los entrenadores antes mencionados. Antes que ellos, la gente de pantalón largo que antepuso los intereses particulares, aquellos personajes que manejaron las fuerzas básicas dejándolas más que enfermas, quienes dejaron a los promotores meterse hasta la cocina del Pedregal y las empresas que buscaron tener una injerencia directa en el club para explotarlo comercialmente y venderlo como uno de los “grandes” cargan en buena medida con esta responsabilidad.
Pensar que la culpa es exclusiva de Víctor Mahbub, Mario Trejo, Alberto García Aspe, José Luis Trejo o Jorge Borja es ser simplista, como también lo es creer que hay una medicina que terminará con la enfermedad auriazul en el corto plazo.
Pumas debe reconstruirse desde los cimientos para volver a ser lo que fue en el futbol mexicano. No basta con sacudir la superficie. Ya es un hecho: se necesita una revolución total en el seno universitario.