Por Renato González Carrillo
Palacio de Buckingham. Domingo; dos y media de la tarde. Llueve en Londres, como es habitual. Su Majestad camina por el pasillo que lleva al salón de recepciones. Dentro, los Príncipes le esperan sentados frente a una enorme pantalla. Los canes se avientan a los pies de su dueña. Un criado acerca una silla y le ayuda a sentarse. Acaba de celebrar noventa años. El reinado más próspero y longevo se niega a terminar.
Después de limpiar sus gafas con un pañuelo de seda, dirige su mirada al mayordomo, a quien ordena encender el televisor. La historia viva de Inglaterra está por presenciar el desenlace de una novela genial, de esas cuyo punto final es una cima; el último capítulo de un best-sellar mundial.
En Manchester, mientras tanto, el espíritu de Shakespeare monta la fantasía que nunca fue escrita. La pelota es la protagonista de una comedia que devino en tragedia para convertirse en épica. ¿Dónde más si no en el corazón de la Gran Bretaña industrial? Ahí donde los obreros huían de su destino en torno al cuero y dos porterías. Cuatrocientos años después de que la pluma más fina se quedara sin tinta, once pateabalones están por concluir la historia impensada; el sueño más efímero; el relato alterno de narrativa surreal.
Pasaron las semanas sin pensar que llegaría el final. El Teatro de los Sueños abre su telón al lugar más común del futbol, “el juego en el que todo puede pasar”. Una ficción necesaria en un mundo corporativo contaminado de realidad; de bancos, billetes, mafia, corrupción. Cuando nadie creía más, la caprichosa pelota nos llamó y nos hizo voltear. Atentos, inquietos, flechados por la emoción de una identidad lejana. Todos —excepto el norte londinense— esperamos el momento último de la coronación. Cuando los obreros tomen por asalto el palacio y arrebaten el cetro del aristócrata sajón.
Sentada y con las piernas cruzadas, Su Majestad esboza una ligera sonrisa una vez terminada la función. Ella misma se acerca y apaga con un dedo la televisión. Camina hacia el fondo de la sala. Retira ligeramente la cortina y asoma su cabeza blanca por el ventanal. Un rayo de sol se abre camino entre las nubes. La lluvia cesa, y tras un brevísimo silencio, la ciudad vuelve a despertar. Inglaterra ha vuelto a triunfar.