Por: Ana CruzManjarrez
Un hombre que lleva tatuado el futbol no cede ante las circunstancias. Apenas a los catorce años, el deseo de David Luiz de jugar al futbol se vio empañado con el rechazo del Sao Paulo FC para integrarlo a sus filas por baja estatura. El 'pequeño' no abandonó las intenciones de pasar la vida sobre el césped y continuó la búsqueda sin saber que su próximo destino cambiaría sus posibilidades de trascender.
Ubicado en el mediocampo, el Vitoria le dio la oportunidad de mostrarse, pero su rendimiento fue tan bajo que cuestionaron la permanencia. Sin embargo, cuando el tren estaba a punto de partir, David Luiz demostró que, unos metros más atrás, cumpliendo con labores defensivas explotaba al máximo su potencial y así pudo mantenerse, a pesar de las lesiones y las suspensiones que lo marginaron de duelos importantes.
El nacido en Sao Paulo conserva un sitio de honor en el Benfica, luego de reconciliar al club con un título tras cinco años de sequía. Una parte de su corazón se ha quedado en Portugal, pero su esencia ha sido desbordada en Londres hasta convertirse en pieza clave para ganarlo casi todo con los Blues (el Mundial de Clubes como cita pendiente), y en referente de la selección anfitriona por su alabada polivalencia.
La ilusión de quien como niño regala sonrisas a un estadio repleto, no siempre en beneficio de los suyos, está por cumplirse. A poco del silbatazo inicial, el momento en el que los ojos del mundo estén sobre ellos, confiesa que la ansiedad le arrebata el sueño. Llevar la gran responsabilidad de abrir un Mundial a 64 años de una hazaña que le quitó el aire a un país entero, pesa sobre los anhelos personales.
Su fuerza y velocidad, aunada a los toques de teatralidad e ironía sobre el terreno de juego, le restan dudas al augurio de una larga permanencia en los puntos más altos del futbol mundial. Hoy, tendrá que hacer valer el aplauso mediático y defender a Brasil como el hogar del añorado trofeo.