Con excepción de que seas Messi y recibas las críticas de una nación que no sabe valorar tu esfuerzo, no hay nada peor para un jugador que errar la ocasión con la que tu equipo se pudo coronar, o fallar en la tanda de penaltis de una final, o meter el autogol con el que tu equipo quedó eliminado.
Gonzalo Higuain fue el protagonista de las dos primeras acciones antes referidas frente a Chile, y el autogol de Laura Bassett en el último minuto eliminó las posibilidades de Inglaterra de jugar su primera final femenil. La historia del futbol se compone de estos y tantos otros elementos. Enemigos de la nación sobran en los mundiales. Italia lloró por mucho tiempo el penalti que voló Roberto Baggio, hasta que David Trezeguet lo imitó frente a Buffon.
Jeremy Stahl escribió hace poco en Slate que la respuesta pública, tras el final de pesadilla provisto por Laura Bassett, ofrece un modelo de cómo los aficionados deberían reaccionar ante momentos similares en los deportes masculinos. El público, mediante el #ProudofBassett en Twitter, así como la prensa inglesa, se fundieron en un abrazo con la defensa. Su entrenador señaló después del partido que estarían allí para consolarla, para decirle lo orgullosos que están de ella, porque sin ella no habrían llegado a esa semifinal.
Pocos escritores han hablado sobre los momentos post traumáticos para un futbolista. En 1999, Gay Talese se trasladó hasta China sólo para saber cuál era el sentir de Liu Ying, jugadora que falló el penalti con el que Estados Unidos conquistó su segundo Mundial Femenil. Cuando Talese le preguntó sobre lo que caviló durante el vuelo de regreso, Ying contestó que esperaba nunca llegar y que pensó que sería mejor que el avión se quedara en el cielo para siempre. Una persona cercana a la familia confesó que cuando Ying habló con su hermano, lo primero que dijo fue: “Ay, todo es mi culpa, es mi culpa…”.
No es la primera vez que Inglaterra sufre por un error sin explicación. En 1990, Paul Gascoigne derribó al defensa Thomas Berthold y con ello consiguió que el árbitro lo amonestara, con lo que se perdía jugar una hipotética final. Inmediatamente el rostro de Gascoigne se llenó de lágrimas, las mismas que, según Simon Kuper, inspiraron a la intelectual estación Canal Cuatro a realizar una exitosa serie documental sobre hombres que lloraron en público. Gascogine falló, pero su fama y leyenda crecieron.
La experiencia de Gazza poco tiene que ver con lo sufrido por David Beckham, quien tras ser expulsado en los octavos de final en 1998, frente a Argentina, se convirtió en el hombre más odiado de Inglaterra. Beckham tuvo que soportar la ira de los aficionados, quienes quemaron figuras con su imagen y le enviaron amenazas de muerte.
¿Por qué Higuain no recibe las mismas muestras públicas de apoyo que Bassett? Tal vez no sea una cuestión de género como sugiere Stahl, puede ser que la reacción de los aficionados se deba más a una cuestión monetaria. Si Beckham tuvo el mismo error que Gascoigne, ¿por qué no recibió el mismo trato?. En el mundo donde los contratos de los futbolistas parecen equivaler al producto interno bruto de muchos países, para el aficionado puede parecer imperdonable que un jugador con tantos partidos a cuestas falle en una jugada que para él debería ser un automatismo.
Un futbolista casi nunca tiene la oportunidad de subsanar su error en un torneo de selecciones. Cuando el Presidente Yiang Zemin colocó una medalla de reconocimiento sobre el cuello de Ying, sonrió y le dijo: “No te preocupes, habrá otro día y tendrás otra oportunidad”. Mintió: por más muestras de apoyo que se reciban, el viacrucis del futbolista incluye la agonía inmediata, los cuestionamientos posteriores y un trauma que nunca es desalojado del baúl de los malos recuerdos.