El cabezazo de Zidane, el mordisco de Suárez, el dedo de Jara. Las tres acciones tienen un común denominador: el árbitro no las vio y fue la tecnología quien ayudó a gestionar la sanción. La primera reacción del aficionado fue la condena. Es natural, quien no se apega a las reglas debe ser señalado y reprendido. Ocurre en cualquier faceta del pacto social.
El hecho es el protagonista de nuestros debates, y pocas veces surge algún interés por las formas. La toma de la cabeza de Zidane golpeando el pecho de Materazzi es la postal de la final de la Copa del Mundo de Alemania. Ahora sabemos que ni Horacio Elizondo ni sus asistentes vieron la jugada, que el cuarto árbitro Luis Medina Cantalejo fue quien, en cumplimiento del reglamento, notificó a Elizondo sobre la agresión del capitán francés, pero que, de acuerdo al entrenador francés y a los jugadores en la banca, se auxilió con la repetición de la jugada en las pantallas del estadio. ¿Es justa una expulsión que no se sancionó mediante los mecanismos que estipula el reglamento? Un sentido estricto de justicia diría que sí.
El video de Zidane fue un recuerdo del estado vigilante, fue el epitafio en la tumba de George Orwell, es la representación perfecta de la sociedad panóptica descrita por Michel Foucault. La expulsión de Zidane es la trágica historia de la pérdida de la libertad por parte del futbolista. Se trata de una invasión a la intimidad, de la designación del aficionado como escolta del árbitro y la FIFA que, bajo el principio de “los jugadores se deben a los aficionados”, estos últimos gustosa y voluntariamente han aceptado.
Los cientos de ojos que representan las cámaras fotográficas y de video ayudan a controlar y disciplinar las conciencias de los jugadores. El futbolista no puede observar al mundo que lo observa, pero, como se siente en estado de permanente vigilancia, eso garantiza su pasividad y el control de sus movimientos. Resulta paradójico que en la era de la promiscuidad, el vedo a la privacidad de los jugadores sea parte de la infraestructura futbolística.
¿Por qué Messi se tapa la boca cada que habla en un campo de juego? Porque sabe que todas las cámara están sobre él desde antes que pisa el terreno. Si no, ¿por qué fue nota periodística su plática con Di Maria en el túnel de vestuario durante el partido contra Paraguay?¿Nos importa lo que se digan entre los jugadores al medio tiempo? Ahora no sólo se informa, inmediatamente se juzga.
Los medios vigilan, pero la FIFA sanciona y compensa. Las pantallas de Alemania le permitieron a los árbitros ser el tribunal que se esperaba de ellos. Pero cuando, un mundial después, las pantallas de los estadios pusieron al descubierto los errores arbitrales, específicamente en los partidos entre Inglaterra-Alemania y México-Argentina, la FIFA eliminó las repeticiones. El mismo doble criterio empleado sobre las pantallas en los estadios es el que ha imperado sobre las sanciones a los futbolistas.
Cuando se determinó la sanción sobre Luis Suárez por parte de la FIFA, la Comisión Disciplinaria del organismo consideró que el futbolista agredió y cometió una ofensa a la deportividad de otro jugador. El castigo: cuatro meses inactivo de cualquier actividad futbolística y nueve partidos oficiales de suspensión con su selección. En la última Copa América, la provocación de Gonzalo Jara intentando meter su dedo en el ano de Edinson Cavani sólo lo condenó a tres partidos de suspensión con su selección. La falta de un ordenamiento jurídico complica más el sistema de vigilancia.
Siempre hemos creído que los avances tecnológicos nos hacen mejores. Nunca hemos puesto en duda que atiborrar de cámaras un estadio hace que el futbol sea un mejor deporte. Se tiene la certeza de que en el más mínimo detalle está el elixir de la experiencia del aficionado, sin pensar que al invadir el espacio del futbolista le suprimimos parte de su esencia.
La vigilancia en los estadios está siendo cada vez más un seleccionador social. Sólo así se entiende la acción del Mainz de poner a la venta a Gonzalo Jara porque no es la imagen que un jugador de su equipo debe dar. La opinión pública exacerba lo ocurrido en un terreno de juego y clasifica a los jugadores, introduciendo cuestiones éticas y políticas. Por lo tanto, los equipos evalúan los riesgos de mercado y de esta forma se modifican los valores.
Se aduce que la historia de los jugadores sancionados podría desalentar un comportamiento similar por parte de sus colegas, sin comprender que no a todos los futbolistas se les sigue como a Messi. Antes el jugador no quería aspirar al individualismo, sino a la categoría, ser el ejemplo de los jóvenes. Hoy el público obliga a los jugadores a ser un modelo de conducta para continuar con el autoengaño de creer que eliminando las impurezas del juego limpiaremos nuestra consciencia.