Por: Emilio Rabasa
“Después de tantas vueltas, paulatinamente se decantan las razones de este fracaso en el Mundial. Faltó berraquera. Es una cuestión de honor reconocer que no tuvimos el empuje necesario en los momentos difíciles que nos planteó el campeonato.”
Así escribió Andrés Escobar un artículo para el periódico “El Tiempo”, un famoso diario colombiano. Animado por sus compañeros a desahogarse a través de las letras, el capitán cafetero pidió perdón a un país decepcionado sumido en la violencia, la corrupción y el narcotráfico, cuya esperanza radicaba completamente en su selección nacional de fútbol.
Leyendo el texto, parecía que se tratase de un alma en pena, un cuerpo en la tierra sin vida que podía presentir lo peor: su muerte.
Colombia llegaba al Mundial de Estados Unidos 1994 como amplio favorito. La calidad de sus jugadores hacía soñar a todo un pueblo sumido en la pobreza. Probablemente nunca se había visto una selección colombiana con tanta pasión, garra, entrega y conexión tan grande con su gente. Jugadores de los estratos más altos y bajos se habían unido para demostrar que la paz era posible y se sentía por medio del futbol.
Hombres como Faustino Aspirilla, Barrabás Gomes, “Pibe” Valderrama y “Chicho” Serna hacían de Colombia una selección a temer. En su grupo estaban el anfitrión Estados Unidos, Suiza y Rumania; el sector no era sencillo, pero en el papel los favoritos eran los cafeteros, pues habían logrado pasar a la justa deportiva con facilidad y siendo muy superior a las demás equipos en CONMEBOL.
En un concierto de fallas colombianas, los cafeteros, perdieron por marcador de 3-1 en su debut mundialista frente a Rumania. Las cosas comenzaron a tornarse complicadas debido a la cantidad de dinero que las mafias colombianas habían invertido en apuestas en el equipo. Durante las concentraciones previas al segundo partido contra Estados Unidos, partido que definiría las aspiraciones de los colombianos, un grupo de sicarios llamó al entrenador, Francisco Maturana, para advertir que de alinear al mediocampista Barrabás Gomes, varios de sus familiares serían asesinados.
Sembrando temor entre los jugadores y cuerpo técnico, los narcotraficantes imponían jugadores a su antojo, simplemente por el hecho de pertenecer a un equipo local u otro.
El 22 de junio de 1994 fue un parteaguas no sólo en la vida de varios de los jugadores sino de un país entero. Andrés Escobar, capitán de la selección de Colombia, anotó un autogol con el cual su equipo quedaba sin posibilidades de acceder a la siguiente ronda del Mundial celebrado en Estados Unidos. El pánico cundió.
Es entonces cuando al poco tiempo de lo sucedido, asumiendo su error con la frente en alto, animado y apoyado con sus compañeros, Escobar dio la cara frente a su país, escribiendo su célebre artículo “Nos faltó berraquera”.
Días después, el central colombiano y capitán de su selección fue asesinado afuera de una discoteca con seis tiros en su cuerpo. Con sólo 27 años cometió “el delito” de marcar un gol en propia portería durante el Mundial, un fallo que por el resto de sus días Andrés Escobar no se perdonó, ni sus asesinos.
El resto del Mundial de Estados Unidos de 1994 pasó a un segundo plano, pues se había registrado uno de los episodios mas tristes y oscuros de la historia del futbol.
A 21 años de lo ocurrido, se recuerda a Andrés como un capitán maduro, con ganas y coraje que lo llevaron a lo mas alto y a un paso de la élite del balompié.
Escobar fungió como un chivo expiatorio de un país en decadencia que posteriormente entraría a la quiebra. Todo estaba perdido desde antes que comenzara; sin embargo, se necesitaba una gota que derramara el vaso para hacer estallar y hacer evidente la crisis.
“Hasta pronto, porque la vida no termina aquí”. Así y de esta manera se despediría el futbolista colombiano, no como un hasta luego, sino como un hasta siempre.