Por: Roberto Quintanar
Su expresión era sinónimo de rudeza, sequedad y fortaleza, características que el cine hollywoodense buscaba explotar hace ya muchas décadas en sus protagonistas masculinos. Su nombre era John Wayne, quien probablemente no encajaría en el actual estereotipo de actor estadounidense, pero que, en buena medida de forma accidental, se convirtió en su tiempo en el máximo símbolo del cinema de ese país.
Wayne no tenía intención de ser actor. Por el contrario, su mayor interés era practicar futbol americano. Al tiempo de trabajar en una tienda de helados para solventar sus gastos escolares, la futura estrella de las pantallas jugó con el equipo de la Preparatoria Glendale, con el que fue campeón.
Su amor por el ovoide le permitió continuar con sus estudios, pues tras ser rechazado de la Academia Naval de los Estados Unidos, ingresó en la Universidad del Sur de California gracias a una beca deportiva. Con los Trojans, Wayne tenía una carrera promisoria cuyo futuro podría haber sido la entonces joven NFL… pero una desafortunada lesión en la clavícula finiquitó su aventura en el deporte y le obligó a abandonar sus estudios al no contar con los recursos financieros necesarios para hacerlo.
Conocedor del problema que enfrentaba el muchacho, el entrenador de los Trjoans, Howard Jones, ayudó al joven John Wayne a trabajar en la industria cinematográfica para obtener dinero. Aprovechando su amistad con el director John Ford y el actor Tom Mix, Jones consiguió que Wayne fuese contratado por estos dos personajes como ayudante y extra.
El destino quiso que en uno de sus primeros papeles interpretase a un jugador de futbol americano en la película Brown of Harvard (1926), ironía del caprichoso destino que sin embargo le tuvo reservado un lugar en el olimpo del Séptimo Arte.
Gracias a su accidentalmente descubierto talento innato para la actuación, la carrera de John Wayne creció como la espuma. A lo largo de su vida, este hombre llevó el rol protagónico en 142 filmes, todo un récord. Aunque se le recuerda y a veces encasilla en el género Western, que estuvo muy de moda a mediados del siglo XX, en realidad era capaz de interpretar cualquier género sin problemas.
La vida de John Wayne, férreo nacionalista estadounidense cuyas posturas conservadoras y anticomunistas simbolizaron el espíritu del adulto de los años cincuenta en su país, llegó a su fin en 1979 a causa de un cáncer estomacal. Convertido al catolicismo poco antes de su partida, pidió que en su epitafio se escribiesen las palabras “Feo, fuerte y formal”.
El tiempo no ha borrado el legado de Wayne, quien hasta la fecha sigue ocupando un lugar importante en la memoria de la cinematografía estadounidense. A 118 años de su nacimiento, recordamos al hombre que se convirtió en una leyenda del celuloide gracias a una terrible lesión que truncó su carrera deportiva.