Por David Moreno

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Es la final del basquetbol de la NCCA de 1979. Los equipos de dos universidades diametralmente opuestas se aprestan a enfrentarse en la búsqueda de la gloria que acompaña al campeón: Indiana State y Michigan State. Los ojos de una nación están depositados en aquel partido. La final tiene un ingrediente más, un extra que llama poderosamente la atención. Dos jugadores diametralmente opuestos encabezan a las quintetas de los dos cuadros. Uno es un carismático y habilidoso jugador nativo de Lansing, Michigan. Un chico que ha deslumbrado a los aficionados al baloncesto no solamente por su gran y atractiva sonrisa, sino por la manera como se mueve en la duela, una manera nunca antes vista, con desparpajo, sacándose trucos de una imaginaria e inagotable chistera. Mientras jugaba en la preparatoria de Everett, un reportero le endilgó un apodo que ahora se había convertido en el sello de su juego: Magic. Earvin “Magic” Jhonson. Magic era el prototipo del jugador moderno: multifuncional, hábil tanto para ofender como para defender. Un tipo al que además le encantaban los reflectores, alguien fascinado con ser una figura pública, con ser reconocido como un triunfador. 


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Pero del otro lado estaba la némesis perfecta para Magic: un jugador que respondía al nombre de Larry Bird. Se trataba de un chico nacido en Wet Baden, Indiana, proveniente de una familia de muy escasos recursos. Bird había destacado como jugador desde la secundaria por lo que al final de sus años de preparatoria, resultaba en algo natural que fuera elegido por una de los mejores entrenadores del país: Bobby Knight. La Universidad de Indiana parecía el escenario natural para que el talento de Bird se desarrollara y lo catapultara a ser una gran estrella. No fue así. Abrumado por la magnitud de la Universidad, dos semanas después el introvertido muchacho regresaba a casa para trabajar en los servicios públicos de su comunidad. Motivado para salir adelante por su madre y convencido por el coach Bill Hodges, se enrola en la pequeña Indiana State un equipo que nunca había destacado en el competido mundo de la NCCA…hasta que llegó Larry Bird. Era entonces el partido esperado: Magic vs Larry. Magic ganaría y con ello comenzaba una de las rivalidades deportivas más gloriosas que el mundo jamás ha visto, al mismo tiempo iniciaba la historia de una amistad forjada a través de la competencia deportiva, de la lucha por ser el mejor y, a la postre, de la tragedia; amistad que es retratada en un estupendo documental producido por HBO: Magic & Bird: A Courtship of Rivals.


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El trabajo tejerá las carreras de dos jugadores que transformaron por completo al baloncesto profesional, mientras se centra en contar la historia de una rivalidad cuyos ingredientes la convertían en algo realmente picante: era el enfrentamiento del este contra el oeste, del glamour hollywoodense contra la tradición bostoniana, pero sobre todo era un enfrentamiento entre negros y blancos. Bird fue catalogado en su momento como la “esperanza blanca”, el jugador que llegaría a romper con la hegemonía de los jugadores de una liga que se caía a pedazos precisamente por esa razón: era vista como una liga de negros acompañados de algunos blancos renegados. A Bird, sin embargo, el tema racial no le importaba mucho, reconocería incluso que los jugadores afroamericanos eran los mejores. Su interés era mucho más personal y se centraba en el hombre que había sido seleccionado por los Lakers de Los Ángeles en el mismo draft de la NBA que él. Lo que Larry anhelaba era vengar la afrenta que había padecido contra Magic en su último juego como colegial. Por lo tanto, comenzaba una historia de espionaje, de mirar siempre con el rabillo del ojo al rival con la simple y llana intención de vencerle, de ser mejor que él; algo que, por supuesto, Magic también hacía. La liga entonces se resumía a esa rivalidad, a dos jugadores a los que la casualidad temporal les había hecho coincidir con un solo objetivo: generar toda una era.

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Un comercial de calzado deportivo filmado en 1985 les permitiría conocerse un poco más. El documental recrea el momento con gran exactitud: “¿Estás loco?” – le diría Magic a su agente, cuando éste le planteó la idea de filmar junto a Larry Bird. El jugador de los Celtics aceptaría pero con una condición, que la filmación se realizara en su casa, en Indiana. Eventualmente Magic aceptaría. Se esforzarían al máximo por no competir realmente mientras jugaban para las cámaras. Al final Bird invitaría a Magic a comer a casa de su madre. Fue entonces cuando tuvo la oportunidad de conocer a Earvin Johnson, cuando la rivalidad comenzó a traducirse en amistad. Quizá porque ambos terminarían entendiendo que se necesitaban el uno al otro, que la existencia de Bird era imposible sin la de Magic. Pero contrariamente a lo que pudiera pensarse esa convivencia fuera de la cancha no disminuiría su rivalidad, por el contrario, se acrecentaría.


Ezra Edelman – el director del trabajo – a partir de ese momento muestra la parte más humana de ambos jugadores. Larry Bird comienza a padecer dolores crónicos en la espalda. Para el 33 de los Celtics cada juego era un calvario. En 1991 Bird consideraba seriamente con retirarse, su única motivación era que Magic se encontraba en su mejor momento y Larry no iba a permitir que el jugador de los Lakers ganara más títulos que él, pero la tragedia suele tocar a la puerta para interrumpir los mejores momentos como si disfrutase de tirar al precipicio a aquellos que han alcanzado la gloria. 


Estando en una gira Magic Johnson recibe una llamada del médico del equipo angelino, quien le pide regresar inmediatamente a Los Ángeles. Al llegar le tiene una noticia devastadora: es portador del VIH. Consternado, Magic atraviesa por una etapa de negación a la que le sigue comunicar la noticia a su círculo más cercano. Posteriormente debe enfrentarse a la opinión pública. Convoca a una rueda de prensa en la que – cuenta un periodista en el documental – con lágrimas en los ojos anuncia que es portador del virus, que se retira del baloncesto profesional. A cientos de Kilómetros de distancia, Larry Bird no puede creer lo que está escuchando. Toma inmediatamente el teléfono y llama a su amigo, a su rival. 


Johnson toma la llamada. Se quiebra. Comprende que su destino siempre estará ligado al de su amistosa contraparte. Esa noche Larry Bird sale a la cancha con el rostro desencajado. La espalda le duele más que nunca y merma sus movimientos. Pero esa noche está ahí no solamente por la obligación de un contrato firmado o por buscar un palmarés más a su carrera, sino para rendirle un homenaje al hombre que contribuyó a agrandar su leyenda. El momento llega cuando los Celtics recuperan un balón en su área. Con la espalda destrozada, Larry Bird lidera un rompimiento rápido. Corre la cancha como en los viejos tiempos. El dolor es agudo, punzante, pero Bird parece olvidarlo. Y entonces se pasa el balón por detrás de la espalda y asiste a un compañero. Ha hecho un movimiento típico de Magic Jhonson. 


Unos meses después Larry Bird también anunciaba su retiro. Era evidente que no podía seguir compitiendo al mismo nivel con la espalda hecha pedazos. Pero había algo más: su gran motivador para competir ya no estaba en la liga. Quizá hubiese aguantado un par de años más si Magic permaneciera en las duelas, pero sin él era evidente que no había más razón de ser para competir. Tendrían la oportunidad de jugar juntos en aquel gran equipo norteamericano de baloncesto llamado “Dream Team” durante los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Ambos regresarían el Oro Olímpico a su país y se subirían juntos al podio.


Magic & Larry: A Courtship of Rivals es un trabajo imprescindible para quien ama profundamente al baloncesto, es el recordatorio de una Era irrepetible, de una rivalidad que marcó a toda una generación, pero por sobre todo es la oportunidad de conocer el lado humano de dos competidores natos, de dos tipos que sostuvieron sobre sus hombros al renacer de una liga que terminaría convirtiéndose en un fenómeno internacional, de dos rivales que terminaron entendiendo que pocos valores son tan grandes como aquellos que están cimentados en la amistad.


Una auténtica obra maestra. 

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