La tinta plasmada en las memorias de Alfredo Di Stéfano todavía encierra el temor que la Saeta Rubia vivió en aquel 1963, cuando un grupo de guerrilleros lo secuestró: “Los tres días me parecieron tres años y ahora, cada vez que veo un secuestro, pienso en lo que me pasó”.
Lo que para el futbol quedó en una anécdota, para don Alfredo fue uno de los momentos más angustiosos de su vida. Fue el 24 de agosto. Mientras la estrella merengue dormía en el hotel Potomac de Caracas, ciudad en la que se encontraba concentrado el cuadro merengue de cara a una serie de partidos en Sudamérica (contra Oporto, Sao Paulo y Millonarios), el timbre del teléfono le despertó poco antes de las seis de la mañana. La recepción informó al futbolista que unos policías lo buscaban.
Poco después, en la puerta de su habitación aparecieron unos jóvenes que se identificaron como parte de la Policía Técnica Judicial y querían interrogarlo por un caso de tráfico. Tras una serie de preguntas, Di Stéfano fue llevado a un automóvil. Dentro del vehículo, uno de los supuestos policías le confesó que eran parte del grupo guerrillero Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Venezuela (FALN) y que se trataba de un secuestro. Este hombre respondía al nombre de Máximo Canales, aunque en realidad se llamaba Paúl del Río.
Desde el principio, los guerrilleros le dejaron en claro a Di Stéfano que no le harían daño y sólo querían un poco de publicidad. “No se pidió dinero por el rescate”, recordó Del Río años después. “Lo secuestramos basándonos en su fama. Eso nos ayudaba a obtener nuestros fines por su prestigio y la fama del Madrid”.
Tras darse a conocer el secuestro por las radios venezolanas, el nerviosismo se apoderó del club merengue, cuya medida de precaución fue salir del hotel y hospedarse en la embajada de España, aunque por órdenes de Santiago Bernabéu no se suspendió el primer partido, que fue ante el Oporto.
Lejos de ahí, en el sitio donde mantenían secuestrado a Di Stéfano, los guerrilleros trataban de que la estrella no se sintiera mal ni pensara que iban a hacerle daño alguno (incluso constantemente jugaban ajedrez contra él), aunque el argentino naturalizado español no podía evitar sentir mucho temor y pensar que en cualquier momento lo matarían.
Este miedo debilitó al futbolista, algo que alarmó a los secuestradores. Temiendo que cayese gravemente enfermo y tras llevar a un médico para que le atendiera, decidieron soltarlo. 50 horas después de su captura, Alfredo Di Stéfano fue puesto en libertad usando un sombrero y unos anteojos para que no fuese reconocido.
Luego del incidente, Di Stéfano jugó unos minutos frente a Sao Paulo, pero su estado de salud no era el óptimo y fue sustituido.
El hombre que había ordenado su secuestro, Paúl del Río, dejó la actividad guerrillera pocos años después para dedicarse a las artes. La historia de el entonces joven había sido complicada. Sus padres se vieron obligados a dejar España (donde él nació) tras la caída de la república. Luego de cortas temporadas en Francia y Cuba, fijaron su residencia en Caracas, donde Del Río y su familia obtuvieron la ciudadanía venezolana.
Como escultor y pintor, Paúl pronto se hizo de un nombre gracias a su combinación de varias corrientes, como el cubismo y el surrealismo. Su primera galería exhibida en la capital de Venezuela llevó por nombre “Viva México”.
El reencuentro entre Di Stéfano y su captor se dio en 2005, cuando se presentó el filme “Real, la película”. Existen versiones diversas sobre lo que ambos charlaron al volverse a ver. Mientras el periodista español Alfredo Relaño afirma que la leyenda blanca le dijo a Del Río que había hecho pasar mucho miedo a su familia y no tenían nada de qué hablar, el guerrillero convertido en artista contó que se dieron un apretón de manos y acordaron dejar el episodio en el pasado.
Paúl del Río, el hombre que secuestró a Alfredo Di Stéfano, falleció este 5 de abril. Tenía 72 años de edad.
