La frustración es el comienzo. Los periodistas deportivos estamos marcados por el estigma del resignado. Nos apuntamos como protagonistas y acabamos como relatores. Vivimos en medio de recordatorios de lo que quisimos ser y no fuimos. Escuchar el himno vestido con la playera de la Selección Mexicana, levantar un trofeo, conquistar mujeres con piernas de pasarela sin importar el índice de fealdad. Beneficios demasiado obvios y públicos como para ser ignorados. No hay tregua. Nuestro fracaso deportivo está en cada partido, en cada portada y en cada minuto de trabajo. Recurrimos entonces a la justicia por propia pluma. El jugador debe ser perfecto en la cancha, en la calle, en la casa y hasta en la cama. Lo juzgamos a partir de la utopia.
El escudo periodístico es el anonimato. Argumentamos que al futbolista se le exige lo que a otros no por su condición de figuraspública. El dinero es también un reproche. Lo que perciben tendría que bastar para que actuaran como ermitaños y para que se volvieran abstemios, como si el ingreso económico dilapidara las tentaciones en vez de incrementarlas. Los periodistas vivimos armados por la toga y el birrete. Emitimos veredictos sin imponer el mismo rigor al ejercicio de nuestra profesión. Habitamos en la incongruencia. Somos iguales a ellos salvo porque no somos futbolistas. Nuestra incapacidad deportiva como aval del absurdo.
Sobre Cristiano recaen demasiadas acusaciones. Egocéntrico, pedante, egoísta y ardido. A la luz de su fiesta con DJ y perreo, los medios decidieron añadirle el calificativo de insensible e irresponsable. Se le diagnostica incluso un complejo de inferioridad ante Lionel Messi. En el periodismo, actividad cada vez más pública a partir de la consolidación de las redes sociales como plataformas de contenido y distribución, habemos más Cristianos que Lioneles. Somos tan egocéntricos que escondemos el origen de la historia o la historia misma a nuestros usuarios por haberse originado en otro medio de comunicación; tan pedantes como para medir nuestra reputación profesional a partir del número de followers en Twitter más que de nuestro trabajo diario; tan egoístas como para postear en cuentas personales antes que en la de la empresa que paga por esa cobertura y tan ardidos como para omitir el crédito correspondiente cuando se replica un contenido. Somos insensibles al no comprender que atentar contra el trabajo de un colega implica afectar a la profesión en su conjunto y somos irresponsables al negarnos a entender que el usuario busca grandes contenidos, que el nombre que lo firma es como las letras chiquitas de un contrato para él. Los medios de comunicación hemos fallado.
El cónclave del Salón de la Fama terminó por convencerme. Tras haber liberado el humo blanco con los nuevos investidos, una plática de mesa redonda (modifico la geometría de la misma para novelar aún más el hecho) con directores de distintos medios de comunicación tuvo como elementos en común todos aquellos vicios de Cristiano que tanto lo han condenado y de los que nosotros, a través de clics y lecturas, tanto nos hemos beneficiado. Sin excepción, duele el canibalismo, la falta de reconocimiento al rival, la imitación vil y vulgar, el circulo vicioso que lejos de contribuir al desarrollo impulsa la progresiva desaparición de medios deportivos. Las circunstancias demandaban un análisis de conciencia. Y lo hicimos.
El periodismo deportivo debe dejar de morderse la lengua. Si se le pide a Cristiano que sea tan mal perdedor como buen ganador, habremos de hacer lo propio en nuestra cancha. A partir de aquel encuentro, y reconociendo que debimos hacerlo antes, en juanfutbol hemos decidido que en nuestros contenidos no sólo será obligación el crédito correspondiente, lo que ya hacíamos, sino incluso un link directo al contenido generado por nuestros competidores. Lo hacemos por nuestros usuarios, que merecen lo mejor, y también por el juego limpio.