Por: Emilio Rabasa
La mercadotecnia, la globalización y la comercialización se han vuelto el pan de cada día en el futbol. Millonarios traspasos, convenios con grandes marcas y la imagen del futbolista se han vuelto aspectos probablemente más importantes que el talento en sí.
En nuestros días es complicado ver a un jugador que respete los colores, que defienda la camiseta con sudor y sangre, que sea el capitán del barco para naufragar en las buenas y en las malas. Problemas extracancha con directivas o rumores personales son las opciones/excusas más fáciles para un cambio de aire.
Sin embargo, en toda esta neblina, aún existen quienes piensan que lo primero es el equipo, el cual debe defenderse con uñas y dientes hasta que las piernas ya no den más.
Ryan Giggs, aquel jugador, infranqueable, imbatible, invencible, un soldado eterno.
Ryan Joseph Wilson Giggs, nació en Cardiff, Gales. Uno de los países que conforman la Gran Bretaña, una tierra con destellos futbolísticos que a veces, y sólo de vez en cuando, tiene este tipo de regalos al futbol internacional.
Cuando el pequeño Ryan tenía la corta edad de seis años, tuvo que emigrar a las afueras de Manchester, pues su padre, un reconocido jugador de rugby, había fichado por el Swinton. Este cambio significó mucho para el infante, sin saber que le abriría las puertas a su destino: el futbol y el Manchester United.
Para el soldado Giggs, el futbol no sólo fue un ingreso bruto a lo largo de los años, sino un refugio. Su niñez y parte de su juventud estuvieron marcadas por el racismo, pues ser galés y tener un abuelo nacido en Sierra Leona, no eran buena combinación para la época en Inglaterra.
Su turno llegó, el Deans FC de Salford fue el descubridor de un verdadero diamante en bruto, un jugador que a la postre sería un ícono y un ídolo para el mundo futbolístico, “este chico es un portento” lo alababan sus entrenadores.
Sus destacadas participaciones, hicieron despertar la atención de los equipos más grandes de Manchester. Ambos desataron una guerra por hacerse con los servicios del joven galés que prometía, y mucho. Pero, ¿quién tenía el talento para visualizar, convencer y pulir al diamante? Claro, nada más y nada menos que sir Alex Ferguson.
En un partido de prueba contra un filial del Manchester United, el soldado galés, con apenas 13 años marcó tres goles, situación que impactó y maravilló al interior de los Red Devils, con dedicatoria especial a sir Alex, quién observaba el encuentro desde su soleada oficina en las instalaciones del club.
Un año después, el escocés decidió fichar al joven jugador a como diera lugar, situación que obligó al entrenador a acudir personalmente al hogar de Giggs para plantearle una propuesta formal de unirse al equipo.
Ambos lo sabían, estaban por formar una mancuerna de miedo, sellado por un pacto que sería eterno.
Tras ganarle una dura batalla a sus vecinos “citizens”, Ryan comenzó a labrar su camino en la Premier League. Con sólo 17 años, el 2 de marzo de 1991, el teatro de los sueños, fue testigo del inicio de algo muy, muy grande.
La leyenda comenzó a forjarse, los diarios ingleses y posteriormente mundiales, empezaron a redactar sin cansarse de las virtudes de un jugador galés que marcaría época en el equipo de los Red Devils de Manchester.
Golazos, asistencias, la capacidad de echarse al equipo al hombro en los momentos más complicados, fueron haciendo de Giggs un monstruo dentro y fuera del campo de juego. Con una carrera sin errores, sin manchas, Ryan siempre se mantuvo fuera de los reflectores, pues la única polémica que causaba era su capacidad para sacarse de ambas piernas un tiro al ángulo, un jugador bestial.
El Soldado Ryan, así apodado por su valentía, su entereza, su pasión, su gallardía, hicieron del galés una leyenda sobre el terreno de juego. Ganó todo. Lo logró, aquel chico buleado por tener un abuelo negro, ahora sería recordado para el resto de la eternidad.
Giggs se retiró con la edad de 39 años, siendo técnico y jugador en el mismo partido, un adiós que sólo lo pudo haber tenido él.