Por: Roberto Quintanar
Dijeron que el Monumental no pesaría, que regalarían el triunfo a Boca Juniors y otras tantas palabras que se llevó el viento. Desgraciadamente para el balompié mexicano, Tigres lució más por las declaraciones que por su desempeño en la cancha.
El rectángulo verde mostró a unos felinos que dejaron las garras olvidadas en Monterrey, ciudad en la que tampoco las usaron el miércoles pasado. Su comportamiento en la final de Libertadores fue muy similar al de aquella final en que América los borró de la cancha en unos minutos. La pobreza del escuadrón de Ricardo Ferretti fue pasmosa. Con un plantel que cuenta con nombres de peso y experiencia, la goleada deja un muy mal sabor de boca.
No es momento de restar méritos a un River que hizo su juego muy al estilo sudamericano, pero Tigres se suicidó desde el juego en el Volcán, donde perdonó una y otra vez a su oponente. La noche de la vuelta inició pareja pero confirmando este harakiri de los de San Nicolás con nuevas e imperdonables fallas. Sóbis, Damm, Aquino… no importaba quién tuviera la oportunidad; la mente se hizo pequeña y la ambición se diluyó muy rápido acompañada de una frustración por los yerros inverosímiles, mismos que permitieron a los argentinos dar el tiro de gracia desde el primer tiempo, pues el equipo mexicano comenzó a desangrarse de forma mortal desde el primer tanto.
¿Por qué, Tigres? ¿Por qué te hiciste pequeño? ¿Por qué usaste más la lengua que los pies si ese estilo nunca ha acompañado a las grandes hazañas del futbol azteca?
Al final, los felinos no estuvieron a la altura. El Monumental pesó mucho, pero más el escenario general de lo que significaba el duelo. El equipo de San Nicolás de los Garza no quiso hacer historia. Su suicidio en Buenos Aires deja claro que los millones y las grandes contrataciones no bastan para llegar a la gloria. Hace falta algo más, eso que los norteños olvidaron en su tierra.