Por: Ana CruzManjarrez
La fantasía que entrega el futbol había llegado muy pronto para Dany, cuando todavía el juego se trataba de diversión, los ojos expertos ya estaban sobre cada uno de sus pasos. El asedió inició apenas a sus nueve años, pero la bomba estalló a los 13, Manchester City sacudió sus aspiraciones con una oferta sin precedentes: medio millón de euros por la estrella de una copa juvenil, el goleador y más valioso del torneo despertaba el hambre ciudadana.
Con un hermano exitoso, aunque en un equipo de menores alcances, la familia Sturridge no esperaba otra cosa que portadas de revista, asedio de la prensa y alabanzas para la promesa que tenían en casa; su pronto debut, a los 18, anunció también la fugacidad de su estadía. No era para menos, el futbol actual va a contrarreloj y a tal precio, Dany debía responder con contundencia, pero cómo hacerlo si obtuvo antes de tiempo una gran cucharada de éxito sin haberla pedido.
Cuánto le costaría levantar el camino al desprenderse del jersey celeste y con él, de la popularidad. Chelsea lo tuvo entre sus filas y cuando despegaba, el turbulento cambio en el banquillo tras la salida de Villas Boas y el arribo de Di Matteo lo reencontró con la frustración de sentir el futbol sólo detrás de la línea de banda. En su oportunidad en Bolton probó que alejado de los flashes la magia se desprendía de sus botines, suficiente para que Liverpool no temiera al reto de hacer realidad a la promesa.
Sturridge popularizó un baile robotizado que ha protagonizado tras cada uno de sus 21 goles en 29 participaciones con los Reds, y es hoy el argumento que valida las esperanzas inglesas en Brasil. Su gran movilidad dentro de área, sumada a la velocidad natural, garantiza mayor libertad a quien lo acompañe en el ataque; Hodgson no ha dudado en incluirlo en la lista de invitados a la fiesta del futbol y Dany vive su primera Copa del Mundo liberado de la sobrevaloración mediática que pudo representar el punto final a temprana edad.