Por Mario Grimaldo
El presente de Pumas es de los panoramas más negros que han tenido en su historia, últimos de la tabla general y con problemas en el cociente. Desde aquella dolorosa eliminación de la Copa Libertadores en penales, Pumas se vino abajo con el cambio de administración en el patronato y el “querido” presi Rodrigo Ares de Parga al frente.
El presidente desmanteló al Pumas más destacado -aunque estuviera lleno de extranjeros- desde el campeonato de 2011. Vendió a ídolos como a Ismael Sosa y Matías Britos, con el argumento que Pumas estaba en números rojos. Se deshizo de Memo Vázquez, quien los había llevado a una final y los puso de regreso en torneos internacionales.
Corrió por la puerta de atrás a estandartes del equipo como Darío Verón, Pikolín Palacios y Luis Fuentes, que ya habían acabado su ciclo en el equipo. Pero señor, hay formas para hacer a un lado a este tipo de jugadores. Sobre todo con Verón, una leyenda.
Esto era una crónica de una muerte anunciada, con un proyecto incierto. Apostó a la paupérrima cantera de la actualidad y trajo a un inexperto entrenador como Paco Palencia. Los refuerzos ni se diga, dignos de la MLS. Lo único destacable fue traer a Nico Castillo, que sólo juega la mitad del torneo por las malditas lesiones.
Como resultado, un equipo gris sin identidad que da vergüenza semana a semana, con dos entrenadores destituidos y con enemistad entre afición y equipo. Como aficionado puma, sólo queda esperar a que la directiva tome buenas decisiones y que el equipo sea digno de llamarse grande.