Por: Farid Barquet Climent
Jesús Silva-Hezog Márquez nos recuerda que, según Miguel de Unamuno, “no se piensa más que en aforismo”. La obra de Eduardo Galeano, fallecido el día de hoy en Montevideo, pone en entredicho esa máxima, pues algunos de sus textos más lúcidos y conocidos, esa suerte de pequeñas viñetas que solía entregar, no son sentencias instantáneas, como los aforismos que tanto gustaban a Unamuno, sino que la brevedad que les impuso su autor impide que califiquen como prosa de largo tranco.
Las viñetas de Galeano, equidistantes tanto de la fugacidad aforística como del discurso prolongado —lo cual no les resta la luminosidad que a veces acompaña a la primera ni la densidad evocativa del segundo— son la materia prima de su famoso libro futbolero, Futbol a sol y sombra (Siglo XXI Editores), colección de magistrales jugadas literarias cuya riqueza estriba en ser más que piques cortos pero sin convertirse desbordes por toda la banda.
En ellas el escritor uruguayo supo captar, como pocos, el horizonte narrativo que se abre con el solo rodar de un balón y, al mismo tiempo, reivindicar al futbol como juego, a pesar de que ha dado lugar a toda una industria con su carga congénita de intereses.
Hoy que partió, comparto una de sus viñetas, “Las huellas digitales”, que aparece en El libro de los abrazos:
“No tengo ningún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. Mucho me falta andar. Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavía no me sumergí en todos los mares del mundo, que dicen que son siete, ni en todos los ríos del Paraíso, que dicen que son cuatro.
En Montevideo hay un niño que explica:
—Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre”.