Por: Marco Malvido
Es un domingo nublado en la capital. El cielo gris, los nubarrones, se parecen un poco a la actualidad del América. Curioso, justo a unas horas de un triunfo que podría darles la mayor luz de su historia.
Juzgar es lo más fácil. Cualquiera lo hace. Mohamed da entrevistas y los comunicadores, aquellos que deberían ser los facilitadores del mensaje, se envalentonan y califican las acciones del Turco.
Peláez guarda silencio. Sus neuronas trabajan al máximo. Sabe que lo más importante es la 12. El título que le significaría al América ser el máximo campeón del futbol profesional en México por primera vez. Evita polémicas, él solo quiere consumar el objetivo.
Los jugadores. ¡Uhh! Vaya incógnita. Difícil intuir su comportamiento. Los hay como Layún, que mandan un mensaje muy sensato al americanismo 24 horas de la final. Hay otros como Oribe, que hablan en la cancha. Con los huevos en la mano.
También los hay como Ventura Alvarado, el menos culpable de todo, al que le llegó la oportunidad en el momento menos esperado, ante el veterano más canijo (Damián). Al pobre chamaco la prensa lo usa como dardo para atacar al Turco.
Habrá quien no quiera a Mohamed, pero pensar que exista en el plantel alguien que no quiera salir campeón ya sería una cuestión bizarra. Incluso Paul Aguilar, el malcriado, debe desear con fervor levantar la copa. Por curriculum y por los premios económicos que trae consigo un título.
El recuerdo de la última final en el Azteca tampoco ayuda. El domingo está nublado para muchos americanistas. Así como el cielo de la capital. Pero el resplandor de una ligera luz que asoma en el horizonte, motiva.
Y un gigante motivado puede soportar cualquier nubarrón.