Por: Santiago Cordera
Fue una sensación extraña, pero al mismo tiempo reconfortante. Benzema disparó a puerta, el balón pegó en el poste, se paseó por todo la línea de gol y terminó rebotando en el portero hondureño. A primera vista no se pudo ver con precisión si el balón había rebasado por completo la línea, pero parecía que no de acuerdo al ángulo de la cámara. Acostumbrados al debate, unos a otros nos volteamos a ver. “No entró”, dijo uno en la redacción. “Sí, sí fue gol”, dijo el otro. Esperando la repetición para intentar sacar una conclusión lo más cercana posible a la realidad, apareció el ojo de halcón, el Goal-Line Technology, como le puso la FIFA.
Del verde pasto pasó al azul. El balón pegó en el poste lentamente. En slow motion. recorrió toda la línea de gol hasta llegar al punto en el que la duda nos acechó a todos. El simulador siguió el recorrido del esférico hasta que éste rebasó completamente la línea. El ángulo de la tecnología no dejaba dudas. Había sido gol.
Los románticos y polémicos del futbol, convencidos de que la tecnología cometía tantos errores como el árbitro, rápidamente difundieron una fotografía en la que, por el ángulo de la cámara (no estaba exactamente en la línea de gol porque el poste hubiera impedido la imagen, sino inclinada hacia la derecha dejando el poste izquierdo del portero del lado derecho de la imagen), parecía que el balón no había entrado.
A su vez, los empíricos, que llevaban algunos ayeres esperando el empleo de la tecnología en el futbol para enterrar las discusiones acaloradas y disipar las teorías de la conspiración , contragolpearon con otra fotografía. El ángulo de la cámara corroboraba lo que la tecnología había hecho minutos antes, confirmar que el gol era válido.
Por más que el técnico de Honduras, Luis Suárez, protestaba y hacía aspavientos, la decisión arbitral no cambiaría. La tecnología había dado un golpe certero en el corazón de los románticos. Los había dejado sin argumentos. Sin razones para debatir. Las teorías de la conspiración se habían desvanecido tan rápido como los colores de Honduras dentro del campo.
Para los románticos del futbol no era fácil asimilar que los goles fantasma habían desaparecido para siempre, al menos en los mundiales. Ya hubieran querido los alemanes tener la tecnología en la final de Wembley en 1966 cuando Hurst marcó un gol que no debió ser válido.
La tecnología en el futbol llegó para quedarse. El Goal-Line es el primer paso hacia una nueva forma de concebir el futbol. Es difícil resistirse a ella cuando la justicia está de por medio. Da la sensación de que las pruebas fueron positivas, de que detrás de ésta implementaciones vienes otras, de que el balompié ha evolucionado o mejor dicho está en evolución.
No debería haber discusión sobre si la tecnología funciona o no. De que funciona, funciona. El debate debería centrarse en qué tanto se quiere perfeccionar un deporte que parece prehistórico, que se juega con los pies y no con las manos porque en su naturaleza está la imperfección.
Imagen que provocó la indignación de los románticos del futbol.
Imagen que difundieron los empíricos para respaldar el uso de la tecnología en el futbol.