Por: Ana Cruz
Escuchar su nombre remite de inmediato a un demonio que vestido de merengue finta a sus rivales para liberarse y asistir en el ataque. Pero su historia enfundado en la camiseta croata había estado en pausa hasta ahora que su selección se reconcilia con el futbol mundial; la ausencia de hace 4 años y las intrascendentes participaciones pesan sobre esta generación.
Por si fuera poco, su parecido físico con la leyenda del futbol holandés lo ha dado a conocer como 'El Cruyff de los Balcanes', un apodo tan envidiable como exigente. Con clase y precisión en sus servicios, incluso al espacio, Modric no ha defraudado y la crítica lo observa como referente de la Selección de Croacia.
La esperanza de éxito descansa en sus botines, pero la ilusión lo ha acompañado desde su difícil etapa viviendo en hoteles de Zadar debido al desplazamiento por la guerra en la década de los 90. Sus padres eligieron no volver a su ciudad natal para que el pequeño talento de la familia construyera su sueño sobre el césped de Zadar, a pesar de la incertidumbre de iniciar una nueva vida en territorio desconocido.
La madre como costurera y el padre, retirado del ejército, como técnico en el aeropuerto local, reunieron esfuerzos hasta convertirse en 'culpables' del pavor que provoca con el esférico a sus pies desde su explosión en la Eurocopa del 2008. Cuando, aún sin conseguir el objetivo conjunto, regaló una muestra casi perfecta de su talento.
Sin oportunidad para despegar en el Mundial de Sudáfrica, viaja a Brasil para confirmar que su temporada con el Real Madrid no es casualidad. Aquel bajito y escualido a quien le negaron un sitio en las básicas es capaz de liderar la conquista de un sitio en las fases finales, como lo consiguiera Davor Suker en 1998.