Por: Elías Leonardo
Cada cuatro años se exige notoriedad del firmamento de estrellas en la Copa del Mundo. Se les obliga, se les urge a que iluminen la cancha lo más rápido posible. Algunos lo demandan para cumplir con contratos comerciales, otros para alumbrar la oscuridad del gusto por el futbol. Por ese afán de concentrarnos y aferrarnos a los astros, nos olvidamos de los hombres, de los espontáneos sin nombre estelar en la marquesina de las imposiciones.
Aguardamos con esperanza ver al ídolo, ya elegido con anticipación, en acción. Queremos que haga goles o ataje balones para confirmar que estamos en lo correcto sobre nuestra elección. Ello puede propiciar que nos limitemos a adoptar, así sea por un instante, a futbolistas que repentinamente nos obsequian una bella jugada, un golazo o un gesto que nos permita admirarle.
Son esos espontáneos los que suelen encontrar albergue en la memoria de niños y adolescentes que se adentran en la pasión de un deporte por decisión propia y un día crecerán recordando un nombre y una imagen no esperada de su bagaje mundialista como aficionado. Trascienda o no en lo posterior, el hombre encargado de remover las emociones será un ídolo inmaculado para el adulto que procura su infancia futbolera.
Mi sobrino, por ejemplo, con 10 años a cuestas, se maravilla con Lionel Messi y está a la expectativa de verlo campeón del mundo. Pero Robin Van Persie y Bryan Ruiz son jugadores que nunca olvidará. En el caso del holandés por el poema de gol volador convertido a España. Al costarricense por haberle marcado a Italia, a una selección que sabe lo que representa. “¡Se lo hizo a Italia! Le ganaron a Italia”, expresó asombrado. El impacto en realidad es porque presenció que los “chicos” pueden tumbar a los “grandes”, el placer de la inocencia por descubrir que nada está escrito, que el futbol también es sorpresa.
Lo comprendo a la perfección. Si bien no fueron mis ídolos, tipos como Claudio Caniggia, Michel Preud’homme, Seed Al-Owairan, Tomas Brolin, Gheorghe Hagi, Michael Owen, Hamid Estili, Dennis Bergkamp tienen un lugar privilegiado en mis recuerdos por alguna jugadita, atajada, festejo o gol que rompieron los esquemas aparentemente definidos.
Los espontáneos no brillarán como todas las estrellas, sin embargo alumbran. Y perduran.