Se fue el técnico de barrio. El que orgulloso acudió a los programas de televisión que apendejan a la sociedad. El que convirtió a su hija en tuitera y sabueso. El que vendió su reputación y su voto al verde político y monetario. El que se burló del Tribunal Electoral. El que llevó a su madre el día en que fue presentado y el que mentó la de otros antes de ser despedido. El del perico en un anuncio. El de los festejos eléctricos. El que destruyó la integridad de los árbitros para terminar recibiendo favores de ellos en el único título de su gestión. El que no bajó de pendejos a los periodistas que lo cuestionaron. El que quiso resolverlo todo a la salida o en el aeropuerto. El que siempre estuvo a punto del botonazo. El populista. El naco que se volvió millonario. El que un día fue y un día cualquiera dejó de serlo. Como siempre. Como todos.
El problema es Herrera. Antes Eriksson, Vucetich, Aguirre, Chepo o La Volpe. Molesta el técnico de quinto patio. Pero también el de primer mundo. Incomoda el hablador. También el que sereno presencia el derrumbe. Enoja el protagonista. También el que se niega a dar entrevistas. Fastidia el que habla en slow motion. También el que alburea en conferencias de prensa. El fracaso en México no discrimina. Ni por raza, origen, religión o estilo de juego. Es socialmente responsable por ser incluyente. Un demócrata con el que todos pueden ganar. Un negocio truculento que no hace distinciones. El que llegue se hará millonario y se irá como pendejo. Futbol en tiempos de capitalismo.
La crisis es organizacional. El perfil de puesto no existe. La cultura reactiva antes que la preventiva. La gestión vista a través de la efervescencia de un Alka Seltzer. Hoy se quiere a Caixinha, Mohamed o Matosas como antes al Piojo. El juego dentro de un microondas emocional que entregará un producto express, listo para su venta en TV, para los trending topics y para ser desechado en cuanto la opinión pública considere que la situación lo amerita. Una bolsa de palomitas, un condón usado o un seleccionador nacional. Lo mismo da. Úsese y tírese.
Herrera debía irse. El golpe a un tercero acabó en suicidio. Innecesarias las tristezas. El despido con dinero duele menos. México, en cambio, se queda buscando un técnico que no lo sea tanto como Vucetich y a una estrella mediática que no alcance las dimensiones de Miguel. Víctor Manuel gana, pero no atrapa a las cámaras; el Piojo habla, pero enloquece y sólo a veces gana. Todo y nada a la vez. Vendrá un nuevo nombre como solución. Un proyecto de comida rápida. Y entonces, en un día revolucionado por el breaking news y las cámaras, caerá el culpable de ocasión y diremos que él es el problema. Como siempre. Como todos.