El Camp Nou es uno de los escenarios más apáticos del orbe. No se sabe si es la falta de cerveza en la tribuna, o la indolencia por la resaca de haber visto lo mejor de Cruyff, Messi, Ronaldinho y Maradona. El estadio culé no pesa. Salvo mosaicos organizados con días de anticipación, la grada critica más de lo que aplaude. A Messi se le encomian los caños, pero luego, tras trotar, se le grita “pecho frío”.
En los actos políticos celebrados en el Estado de México se reproducen las mismas sensaciones de los asistentes en Barcelona. No huele a aversión, pero se percibe el tufo de la vacilación. Las promesas ya no ilusionan, los mecanismos de representación parecen agotados. Los seguidores de un candidato asisten en masa a festejar su postulación, pero se quedan callados y sólo quedan vestigios de la obligada aclamación.
El pasado 21 de marzo el Partido Revolucionario Institucional eligió como precandidato a diputado local , para el Distrito I con sede en Toluca, Estado de México, al ex secretario de Educación estatal, Raymundo Martínez Carbajal. En el evento con una asistencia aproximada de 500 personas, el mensaje del precandidato no contagió de entusiasmo a los asistentes. Sensato respecto al poco impacto de sus palabras, Martínez Carbajal decidió que el refugio para el desinterés estaba en el futbol, particularmente en la Perra Brava.
No es la primera vez que el grupo de animación de los Diablos Rojos es utilizado con fines electorales. Durante el proceso para gobernador en 1999, Arturo Montiel decidió hacer campaña desde la tribuna de sol arropado por la organización presidida por Rolando González Medina. A partir de ahí comenzó la tradición política de acudir al Nemesio Díez en vísperas de la votación.
En la capital del país, la grada se ha convertido en un foro de protesta. Hace pocos meses el Estadio de CU coreó cuarenta y tres números y se cobijó de mantas con inscripciones tales como: “todos somos compas” y “43+11”. En este caso, el partido de futbol proporcionó una válvula de escape por la cual fue posible aliviar frustraciones de naturaleza muy profunda.
Sin embargo, a pocos kilómetros, en la capital del estado donde gobernó el actual presidente, el futbol es utilizado como símbolo partidista. Allí el futbol no es sólo una experiencia de multitud, se ha convertido en una experiencia de rebaño. Al pastor se le arropa para crear la ilusión de que es querido, y de que tiene el apoyo popular para después dirigir su destino.
Es curioso lo que a un político le preocupan los aplausos, y la desesperación con que quieren causar buena impresión. Habituados a ser recibidos y despedidos entre palmas, los brazos cruzados son un símbolo de la apatía ante el circo compuesto por eventos, promesas y, más tarde, decepción. El “ya sé que no aplauden” del Presidente de la República fue el máximo aviso de lo anterior, por eso ahora es preferible solicitar apoyo, aunque sea pagado, a través del futbol.
Más sobre este autor: