Por: Roberto Quintanar
Fue una noche de dulzura entre los muchos sinsabores de los últimos años. Pumas no vivía un buen momento, pero su rival era el idóneo para dar vuelta a las malas páginas e iniciar una nueva historia.
Sí… Atlas era el rival idóneo para Universidad. Los rojinegros llegaron golpeados a CU, con mucha desconfianza y más dudas que certezas. Desde el saludo, se vio que el rostro de Gustavo Matosas era el de un hombre preocupado, mientras el de Guillermo Vázquez era el de un tipo ocupado.
El efímero pleito entre David Cabrera y Matías Britos no era otra cosa sino la tensión por alcanzar ese punto de inflexión que llevase al equipo por una vereda diferente. En estos Pumas parece haber sangre hirviendo, y esta vez la canalizaron de forma diferente, con inteligencia y el balón en los pies, no con un conato.
La catarsis fue absoluta como también lo fue el inicio de una reconciliación con el público, esa hinchada tan fiel a la que Universidad debe todavía mucho, porque esto apenas fue un pequeño abono de las muchas deudas que el equipo tiene con la fanaticada del Pedregal.
Britos tuvo su mejor noche como Puma y ha tenido su mejor torneo sumando cuatro goles en el mismo número de fechas. Tomó tiempo al uruguayo, pero por fin parece justificar su llegada al club y ese espacio que bien pudo haber sido de un canterano de acuerdo al rendimiento que Matías había mostrado hasta el semestre pasado.
Es verdad que Pumas no ha retomado su identidad, pero la coherencia hizo su aparición bajo la bandera de casa empuñada por un Acosta que apenas jugó unos minutos pero tomó la banda derecha, puso una asistencia y nos hizo recordar que todavía existe esa esperanza de volver a ver un equipo que mezcle a jóvenes hechos en casa (que no se eternicen) con refuerzos de calidad incuestionable.
Es temprano para saber si el punto de inflexión está cerca, pero el primer adeudo, una actuación como la de hoy, fue pagado con creces. Habrá que esperar el resto de los abonos que Pumas debe finiquitar con urgencia.