Cristiano pensó en voz alta. Gesticuló desesperado. Incrédulo. Le cuesta comprender un mundo que no termina de gustarle por más tiempo que lleve habitándolo. La expresividad es su mayor pecado. Si Messi es una caja fuerte apenas abierta por el balón, él lo dice todo en sus músculos, en su boca, en su ritual previo a cada tiro libre y hasta en esos ojos que en ocasiones echan fuego a la tribuna y en otras derraman lágrimas que lo declaran tan humano como cualquiera. Ronaldo se desnuda siempre. Por patrocinios y por naturaleza propia. No sabe mentir. Es un exhibicionista.
El autismo y la transparencia funcionan por igual para el negocio de los clics y las historias revueltas. Dependiendo del aquí y el ahora, los medios de comunicación añaden misterios a las facetas desconocidas de Messi y cámaras a la cristalina cotidianidad de Cristiano, que nació con tres alternativas. Ser futbolista, modelo o protagonista de Big Brother. Del argentino se extrae jugo cuando tiene el balón en los pies; del portugués, se enciende la dinamita a partir de lo que hace sin él. En el futbol industrializado valen más los gestos que las jugadas.
La ofensa es un mito. El periodismo, sustituido a últimas fechas por lectores de labios, manejó la expresión como un agravio a la afición del Madrid. Los fanáticos, movidos por la fuerza de la imagen y el vértigo de las redes sociales, abuchearon entonces a su más grande jugador de los últimos tiempos. De todos los involucrados, sólo Cristiano dice la verdad. Para la industria nunca es suficiente. Desde que el consumidor deportivo y la depredación de los medios decidió que un futbolista trabajaba en formato 24/7 quedó claro que nada sería suficiente. Ni el Balón de Oro, ni el Mundial de Clubes, ni la Décima.
El reclamo no fue en rechazo a la tribuna del Bernabéu, sino a la vida que le ha tocado llevar. Los integrantes del Barcelona y el Real Madrid comparten el sentimiento y la condena. Quizás Cristiano descanse con una victoria ante el Barça y delegue la crisis en Lionel. Siempre una paz temporal. Cristiano pensó en voz alta. Dijo una verdad para sí mismo, una penitencia que lastima pese a estar blindado con millones de dólares. Es un estigma, una crueldad con la que duele vivir. Se niega a resignarse, pero no queda otra alternativa. Hay que joderse.