Por: Alejandro Morales
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha empleado el castigo corporal para perpetuar la injusticia y silenciar la disidencia. Sin embargo, pronto se dio cuenta que la tortura física no era suficiente para quebrantar el espíritu de algunos hombres. Los «pecadores» debían sufrir más allá de lo terrenal, así lo exigían sus inquisidores y así nació el lugar en donde las almas son torturadas eternamente: el infierno.
Para la Selección Mexicana los octavos de final son ese lugar. Al respecto las estadísticas son frías y no admiten replica alguna. Sólo tres países han superado la fase de grupos en las últimas cinco copas del mundo: Brasil, Alemania y México. Pero a diferencia de los dos primeros, el equipo tricolor nunca ha llegado al quinto partido.
A búlgaros, alemanes, estadounidenses y argentinos se les responsabilizó de que nuestro país no alcanzara la tierra prometida. No obstante, los demonios no estaban fuera, sino dentro de todos y cada uno de los representativos nacionales que se quedaron en la orilla. Los responsables nunca fueron «ellos», siempre fuimos «nosotros».
Ayer México exorcizó algunos demonios porque no sólo ganó, sino que brindó una de sus mejores actuaciones dentro de un mundial, pero mañana tendrá que enfrentar a un rival mucho más temible y formidable que los holandeses, tendrá que enfrentarse a sí mismo y expiar sus pecados, de lo contrario corre el riesgo de que su alma siga siendo torturada en su infierno particular.